JOSÉ LUÍS MARTIN PALACÍN

miércoles, 20 de febrero de 2013

El Estado de la Nación de Rubalcaba - José Luís Martín Palacín

José Luís Martín Palacín
Tras haber pedido a Rajoy que dimita, Pérez Rubalcaba ha de afrontar el debate del estado de la nación con un planteamiento radical. No puede dirigirse a alguien a quien ya no reconoce legitimidad, sino aprovechar el momento para hablar a toda la sociedad. Una sociedad harta de discursos y debates que no traspasan las paredes de la aislada burbuja en la que malviven los políticos. No puede jugar el papel de opositor al uso, limitándose a señalar fallos y fracasos del Gobierno. Las circunstancias cada vez aprietan más el cuello de los ciudadanos, y la mera crítica, por razonable que sea, ya no desgasta solo al criticado: desgasta también al crítico, y deprime y desafecta a la ciudadanía.

La tentación podría ser la de convertir el debate en una encubierta moción de censura al presidente. Pero una moción de censura exige la alternativa a los males que rechaza.

Una Alternativa que la sociedad necesita, aunque la mecánica de las mayorías parlamentarias no la haga posible en el presente. Y Rubalcaba ha de ser consciente de que los ciudadanos no esperan que sea él quien aporte esa Alternativa. Ni siquiera aunque la tenga. Porque lo identifican –junto a los demás líderes políticos- con el proceso de las malas prácticas que han deteriorado nuestra convivencia democrática y han degradado la imagen de las instituciones. Y porque lo hacen cómplice de decisiones, o falta de decisiones, en relación con la crisis económica, con el empleo, con la ley hipotecaria y hasta con la falta de rigor contra la corrupción.
En este debate sobre el estado de la nación, Alfredo Pérez Rubalcaba puede dar un golpe de timón y renacer, o puede hundirse. Porque los tiempos de la gente discurren con celeridad, y porque todos queremos ver que alguien ponga sobre la mesa coherencia, soluciones concretas y credibilidad. Y a ese alguien le haremos el encargo de poner en práctica esas soluciones. Y ahí está el punto de inflexión para Rubalcaba, ahí está su cambio de rumbo radical: en la credibilidad.

La letanía del PP sobre la herencia recibida, o la respuesta refleja del mismo Cayo Lara diciéndole “tú tampoco lo hiciste”, solo se pueden neutralizar tomando por los cuernos el toro de la herencia. Tiene que ser el propio Rubalcaba quien hable sin miedo de ella; quien la analice –no oportunistamente, por cierto- de modo certero y claro. Quien señale cuáles son los puntos esenciales de los errores que tiene esa herencia. Quien reconozca – sin masoquismos- su corresponsabilidad en la misma. Y quien asuma un compromiso claro y rotundo de restituir a la sociedad el tiempo y las opciones perdidas, e implantando un nuevo modo de comportamiento en sus propias filas.

Le estoy pidiendo a Alfredo Pérez Rubalcaba y al Partido Socialista una especie de inmolación. Un sacrificio no usual, que en estos momentos especialmente difíciles necesita nuestra sociedad. Pero le estoy pidiendo, de ese modo, que se convierta realmente en líder. Porque la gente ya está harta de paños calientes, de dimes y diretes, de quejas, llantos y lamentaciones. Alguien que tenga la gallardía de analizar los errores y de asumir las responsabilidades de los mismos, la energía para presentar con fuerza las claves para superarlos y la capacidad de proponer un proceso concreto para desarrollar una Alternativa, se convierte en un referente creíble para la sociedad. Y se presenta como un antídoto a cualquier tipo de mesianismo, sea tecnocrático o populista.


Se necesitan arrestos para hacerlo y una cabeza muy clara. Y un conocimiento de nuestra realidad. Y la valentía de arriesgar soluciones. Si se decide va a tener enfrente a muchos poderes fácticos. Desde quienes dirigen los hilos nauseabundos de los llamados mercados hasta los pusilánimes, los biempensantes, y posiblemente una masa demasiado numerosa de personas que viven atrincheradas en las estructuras de su propio partido, e incluso en las estructuras sindicales. Pero va a encontrar, en cambio, el reconocimiento de una ciudadanía que está más que harta de tragarse cada día las penosas consecuencias de la crisis que otros disfrutan. Y de escuchar mentiras, y excusas, y “mire usted”, y titubeos, y escolásticos juegos de palabras. Y de asistir a improvisaciones de primero de carrera, y de ver a sus representantes siempre al otro lado del cristal, enfrascados en cínicos diálogos de sordos, insensibles a la degradación ética de la sociedad, e inconscientes de que no son más que eso: representantes.


Quizá no sea necesario siquiera que presente toda la Alternativa, como si fuera un mago de chistera. Quizá baste con apuntar la orientación de un cambio de rumbo y los ejes de un proceso; y el compromiso de desarrollar ese proceso con la gente: escuchando a tanta como está cada día pisando la calle para plantear alternativas y reivindicaciones. Un proceso que tendría que comprometerse en atajar la hemorragia del paro. Dignificar las instituciones y la convivencia democrática. Y plantear una reforma de la Constitución, para incluir en ella – entre otras muchas cosas- la garantía real y concreta del derecho a la vivienda, de la gestión pública y eficiente de la Sanidad y la Educación, la obligada prestación de los adecuados Servicios Sociales. Y el compromiso de una representatividad política más participativa y que rinda cuentas, así como el tratamiento de la organización territorial y estructural del Estado.Nuestra Sociedad necesita una profunda regeneración. Si Rubalcaba es capaz de cambiar su papel de “jefe de la oposición” por el de impulsor creíble y efectivo de esa Regeneración, podrá alegrarse de haber nacido y de ser secretario general de los socialistas.Si no, se quedará en esa zona gris y mediocre de dejar pasar los tiempos, como un mero contable de votos en una empresa que amenaza ruina.

martes, 20 de noviembre de 2012

Hipotecas: el espíritu de la ley - José Luís Martín Palacín

José Luís Martín Palacín
Para la interpretación última de la letra de las leyes, siempre se echó mano del “el espíritu del legislador”: el objetivo de la ley. En el caso de la inaplazable revisión de la Ley hipotecaria, en lugar de establecer unas insalvables barricadas con la casuística del pasado, conviene simplificar al máximo los objetivos, y adaptar a éstos las normas a establecer.

Siempre hubo tres reglas básicas para el estudio de los préstamos hipotecarios: que la tasación sea fiable, que el monto del préstamo no supere el 80% del valor de tasación del bien hipotecado, y que el prestatario tenga medios suficientes para devolver en mensualidades el préstamo. Cualquier otra adherencia es un “tuneo” que se practica a los usos y costumbres, encaminado a “vestir el santo” para que cuele en la feria. El tuneo realizado por los especuladores que inventaron la burbuja inmobiliario-financiera.
Que nuestros legisladores se atengan a esas tres sencillas reglas para redactar la ley. Y que se olviden de los cantos de sirena de bancos y marrulleros: que si no se podrán dar hipotecas, que si se hundirá el sector inmobiliario (ya lo hundieron unos y otros haciendo lo contrario), y que si se genera una ruina con un “mal ejemplo” para las hipotecas existentes. Para la casuística hay una solución sencilla: ley clara, rotunda y escueta; y todas las disposiciones transitorias que sean precisas, siempre que tengan suficiente justificación.

Por tanto, una ley que penalice las tasaciones fraudulentas; que regule claramente que la cuantía del préstamo no supere el 80% del valor del bien; y que no permita acciones suplementarias que sustituyan la insolvencia mensual del tomador del préstamo. Y que, a la hora de que el banco establezca el plazo de devolución, se atenga obligatoriamente a no generar un insalvable desfase entre los plazos de devolución de sus pasivos y los de
amortización de sus activos.

Así, cuando un cliente no pueda seguir devolviendo la hipoteca, le bastará con responder con el bien hipotecado; y eso sí, permitiendo un cálculo equilibrado del principal del préstamo que lleva devuelto y de los intereses que ha pagado. De modo que lo que se llama “dación en pago” puede resultar incluso excesivo, pues hay que intentar un resultado equitativo de la operación, evitando que se convierta en un usurero acto de expolio. Imaginemos alguien que al décimo año, sobre un plazo de quince, no puede seguir pagando: se supone que ha canceló los intereses proporcionales del total del préstamo referido a quince años, y que ha devuelto una parte del principal, y habrá que descontarla del monto del préstamo. Como, además, habrá pagado de entrada el 20% de su valor, la liquidación no tiene por qué dejarlo en la ruina total.

Si se introdujo un aval, se supone que no fue para responder del valor del bien, que ya ha de estar suficientemente avalado por el diferencial del 20% de la tasación: sino para garantizar que el prestatario va a poder devolver el préstamo. Llegado al extremo  de que –siempre por razones justificables- haya de devolver el bien hipotecado, tal devolución es lógico que redima el aval: de lo contrario es exigir que se pague dos veces una deuda.

Si la tasación es ley, y existe el margen del 20%, se evitan los trapicheos que se esconden en el proceso de las subastas, en las que siempre –mire usted por dónde, como en el juego- termina perdiendo el cliente frente a la banca.

Después vienen las transitorias. La adecuación de la realidad actual a la nueva ley, partiendo de revisar la tasación de los bienes hipotecados. Si hay tasación fraudulenta, habrá que exigir responsabilidades al tasador y al que, con más conocimiento de causa, haya inflado el valor del bien: en esa cadena de responsabilidades, el que ocupará siempre el último lugar será el comprador, ya que se supone que el ciudadano normal no domina las leyes de un mercado al que accede de manera puntual. En los primeros eslabones aparecerían el propio banco, el promotor inmobiliario, el registrador de la propiedad, y todos aquellos que están familiarizados en el manejo del mercado.

Esos criterios serán suficientes para analizar cada contrato, y para determinar cuáles han tenido el carácter de abusivos e incluso cuáles han sido fraudulentos. Porque ¿qué será de una sociedad en la que el que la ha hecho se vaya sin pagarla?

Recientemente, y refiriéndose a este asunto, un dirigente bancario se atrevió a decir que “las deudas son sagradas”. Y es cierto. Pero la primera deuda es la contraída por el engaño y el fraude en la manipulación del valor de un bien, en la exigencia de avales abusivos y en el establecimiento de unas condiciones leoninas, que lo que están logrando –para no arruinar a los bancos que hicieron el desaguisado– es arruinar económica, social y moralmente a toda una sociedad.

miércoles, 18 de julio de 2012


Europa: retorno de los nacionalismos - José Luís Martín Palacín

Un íntimo amigo, pesimista él, considera que –un siglo después de su primer intento– Alemania ganará, por fin, la tercera guerra europea. Será la “guerra del euro”, o la guerra de la falsa unión monetaria. La guerra del imperialismo financiero.

El Mercado Común Europeo surgió de una dinámica por la que Europa pretendía hacer frente, a partir de la cooperación económica, a los estragos causados por la guerra, superando los efectos perniciosos de los nacionalismos. La filosofía de la UE pretende, precisamente, consagrar esa superación en una fórmula institucional – todavía imperfecta- que supone algo más que una federación de países miembros.


Pero como efecto de la crisis financiera se está creando, en el seno de la Zona Euro, una especie de “Liga Norte” que antepone el nacionalismo a la propia concepción de Europa. La férrea e inflexible postura alemana sobre las medidas para afrontar la crisis, así como las manifestaciones de los gobiernos de Holanda y  Finlandia, lo atestiguan. Un nacionalismo que pasa por encima de la propia concepción que sobre la Sociedad y Europa puedan tener las diferentes ideologías. Las socialdemocracias alemana y finlandesa respaldan esa posición sin ruborizarse por su desmarque de los postulados de la izquierda.


No hace falta recordar la historia del último siglo europeo (da cierto repelús hacer comparaciones y concitar nefastos reflejos del pasado) para comprender que en épocas de incertidumbre, el miedo agarrota e individualiza las conciencias, y el sálvese quien pueda conduce a los egoísmos nacionalistas. Y la crisis financiera, afrontada por dirigentes políticos mediocres, está llevando a los miembros de la UE hasta el borde del abismo del pánico: ese nefasto consejero que hace que la UE, en lugar de avanzar en sus planteamientos comunes, titubee, se repliegue y busque soluciones imposibles, tal vez a sabiendas de que lo son.


Hay un mito que confunde la claridad sobre la realidad europea: aquí no hay ningún país que aporte proporcionalmente a la UE más que los demás, de acuerdo con las reglas establecidas y aceptadas por el proyecto institucional común. Alemania y cualquiera de los restantes países aportan lo que les corresponde, en función de los tratados libremente asumidos por los Estados y sus ciudadanos. Por ello no puede existir la máxima de que “el que paga manda”. Tampoco sirve el mito de la cigarra y la hormiga entre Norte y Sur. Sin ir más lejos, Alemania durante varios años ha incumplido los límites del déficit pactado en Maastricht, mientras España los mantenía y daba incluso superávit. Y en 2005 la UE hubo de adoptar decisiones de flexibilidad, considerando condiciones extraordinarias entre las que se contaba explícitamente la “reunificación de Alemania”.


España comienza a sobrepasar los límites del déficit, precisamente cuando ha de afrontar la crisis financiera, que podría ser legítimamente considerada como una condición extraordinaria, dados los efectos del paro producido por la burbuja inmobiliario-financiera. La deuda española y su déficit comienzan a ascender a partir de las medidas rígidas impuestas por el Consejo de la Eurozona. Medidas objetivamente erróneas: porque dan el mismo tratamiento a situaciones desiguales; paralizan los sectores productivos, obligan a los Estados a avalar las deudas de los bancos nacionales –¡en un contexto de libertad comercial y financiera!-. Y porque no ejerce de hecho la Unión Monetaria, mientras impide a sus Estados miembros actuar al margen de esa supuesta Unión. Mientras el precio de la deuda pública sea diferente según los países, no existe unidad monetaria ni financiera. La crisis ha puesto de manifiesto que Europa aún no existe aunque impone sus imperativos. Que está a medio camino, y deja inermes a los Estados que más duramente soportan los embates de la  especulación. Precisamente –en el caso de España- los que con más ahínco han tratado de cumplir las rigurosas medidas que les han llevado a la recesión: recordemos aquél “cueste lo que cueste”. Como a sabiendas de que la propia lucha por la subsistencia es la mejor garantía de que se pagará la deuda, y de que lo hará aunque el precio llegue al límite.


El Consejo de la Eurozona no ha permitido que el Euro se defienda en común, a través de los instrumentos comunes: hoy es el día en que no se quiere ni oír hablar de eurobonos, por ejemplo. Y aunque ha tomado aparentemente la decisión de que los bancos afronten sus propios créditos con el apoyo del BCE, tres semanas después se está imponiendo despiadadamente lo contrario. O posponiendo a “reformas de larga duración”. Cuando España, por ejemplo, en dos semanas llegó a cambiar su propia Constitución Soberana, por presiones del mismo Consejo.


Europa no podría digerir que España saliera del euro. Alemania lo sabe, y conoce perfectamente que semejante quiebra pondría a su propia banca en zozobra extrema: más del 20% de la deuda de los bancos españoles es con bancos alemanes. Por eso quiere extremar las garantías, y hacer que sea el Estado quien avale la deuda de los
bancos. Pero sin incrementar el déficit ni la deuda: es decir, con asfixia y recesión; y a costa del Estado del Bienestar. El cual, por cierto, es víctima de otro mito, ya que España gasta, por ejemplo en Sanidad, menos que la media europea en relación con el PIB.


Ahí se manifiesta el pernicioso nacionalismo: cuando alguien antepone los intereses de país por encima de los propios intereses comunes. Y Alemania lo está haciendo. Por un lado, trata de blindar los beneficios de sus bancos, aunque sea en detrimento de la Economía del resto de Europa. Impidiendo medidas comunes, o retardando al máximo su aplicación. Se trata de ganar tiempo para “hacer caja” y reducir su exposición a la deuda. Por cierto: cualquier banco –incluidos los alemanes- ha de ser responsable de su riesgo cuando otorga un crédito, y ha de afrontar las  consecuencia, sin obligar a que la deuda soberana de los Estados tenga que respaldar sus riesgos.¿No es ésa la regla del juego capitalista? Y si las instituciones españolas tenían la obligación de supervisar a los bancos “propios”, las instituciones alemanas tenían la misma obligación hacia los suyos. Por lo cual, si el Estado español ha de responder, en la misma medida ha de responder el alemán.


Esperemos que Merkel no pueda ganar esta tercera guerra europea. Porque quien terminará desapareciendo será una Europa ya bastante desgarrada por los efectos de no haber sabido afrontar con planteamientos comunes la crisis financiera. El problema es que, con las últimas medidas de pánico, Mariano Rajoy ha aceptado sumisamente la tesis impuesta por el nacionalismo de la Liga Norte, y ha dejado vía libre para una ocupación financiera, económica y política en toda regla. Ocupación no de Europa, sino de unos nacionalismos que están utilizando a Europa y a sus instituciones en beneficio de sectores financieros nacionales. Porque nadie ha dicho, por supuesto, que esa liquidez que se va a inyectar a la banca española (al 3% y con el aval masoquista de los ciudadanos) se vaya a destinar a dar créditos al sector productivo. Porque va a ir directamente al pago de su deuda externa. Nacionalismo ramplón y “de caja” de la señora Merkel.

 

lunes 20 de febrero de 2012

Parábola de la trampa diabólica - José Luís Martín Palacín

El gobierno avalará a 12 bancos con una financiación de 42.000 millones de euros. Eso me recuerda que la crisis, cuyo penúltimo capítulo pasa por favorecer el despido "para crear empleo", no es sino una crisis financiera. Y que parece que estamos en el día de la marmota: los bancos necesitan dinero para financiarse…
Érase un empresario que tenía veinte trabajadores. Producía con métodos competitivos, y lograba vender lo producido. Sus clientes le pagaban a 180 días. Tenía una línea de crédito de 1,5 millones de euros para descontar los documentos de pago, abonando rigurosamente al banco los intereses. Todo iba funcionando de manera razonable. Su banco se había metido a inflar la burbuja inmobiliaria, promoviendo entre sus clientes créditos hipotecarios, y para hacer las cuotas mensuales tolerables llegaba a dispensar créditos hasta a 30 y 35 años; su campaña tenía éxito y el dinero que prestaba a 35 años lo tomaba en el mercado a 4, con la esperanza de renovarlo periódicamente. El ajuste de las cuotas pasaba por pagar una gran parte de los intereses por adelantado. Y con la modalidad de que animaban a que en el monto del crédito entrara el dinero para el coche: ¡te estaban cobrando el coche durante 35 años! Entre los 20 trabajadores del empresario había 12 que habían tomado hipotecas.

Al estallar la crisis financiera el banco llamó al empresario y le dijo que la línea de crédito de 1,5 millones de euros había que bajarla a 500.000. Tras recorrer el Wall Street patrio, el empresario llegó hasta los 600.000 euros de crédito. Se le acumulaba el papel y comenzó a retrasar sus pagos. Y llegó un momento en que, por falta de tesorería, tuvo que reducir su producción, y empezó despidiendo a 5 de sus 20 trabajadores. Esos 5 trabajadores, sumados a grupos semejantes de otras empresas que pasaban por la misma situación, comenzaron a percibir el subsidio de desempleo: que no es un regalo de nadie, sino el cobro de una póliza que ha ido cotizando mes a mes con su producción. Y ese cada vez más nutrido grupo de parados, unido a los 2 millones de desempleados que produjo la crisis inmobiliaria-financiera, hicieron que el Estado tuviera que buscar dinero para pagar los legítimos subsidios. La deuda del Estado hasta ese momento era tolerable. Pero había de pagar más subsidios, mientras disminuyeron sus ingresos, porque la producción había decrecido, y los impuestos bajaron al mismo ritmo. De paso hubo de prestar dinero a los bancos para que no se ahogaran y, teóricamente, para que siguieran dando créditos a las empresas. Al endeudarse más, comenzó a subirle el precio del dinero que tomaba prestado, lo cual incrementaba su deuda.

Mientras, de los 5 trabajadores despedidos por el empresario, 3 dejaron de pagar sus hipotecas, y el banco les quitó las viviendas que, en manos del banco se convirtieron en "activos tóxicos": valían mucho menos que el crédito. Jugada poco inteligente de los bancos (una más). Y como iba habiendo más gente en el paro, el consumo disminuía a ojos vista y, consecuentemente, la producción. Y esto a su vez produjo más despidos, que realimentaban el ciclo de la desgracia hasta aquí descrito. El empresario tenía que despedir a otros 8 trabajadores, pero tenían más antigüedad, y le salía más caro. Y se puso a clamar para que le abarataran la posibilidad de desembarazarse de esa gente. A costa, lógicamente, de destruir los derechos adquiridos por los trabajadores con su producción de años, que había mantenido en pie la empresa y los beneficios legítimos del empresario. Con una pequeña diferencia: los beneficios del empresario ya los había sacado de la empresa, convirtiéndolos en una casa, en una finca o en unas acciones. Mientras que los derechos adquiridos de los trabajadores estaban vinculados a la empresa, a su trabajo en la empresa. Mientras tanto, los bancos seguían necesitando financiación, y restringiendo la que ellos habían de proporcionar a las empresas para que no se rompiera el ciclo productivo. Y casi dejaron de cumplir su objeto social, que es prestar dinero y cobrar por ello. Pero algún mal pensado sospecha que esos mismos bancos han estado detrás de las operaciones de especulación con la deuda pública. Aunque ya digo que son ideas de mal pensados…


Y en esto llegó Mariano Rajoy con un ejército temerario: alguno que otro venía de Lehman Brothers, entidad experta en la quiebra. Y, cual un iluminado Alejandro Magno, decidió cortar el nudo gordiano que le permitiría conquistar el Oriente del poder al que se debe: su nudo gordiano eran los derechos adquiridos de los trabajadores: esos que están vinculados a su puesto de trabajo. Y lo cortó de cuajo: acabó con esos derechos de un modo tal que algunos indocumentados pensamos que podría perderlo ante cualquier Tribunal de Justicia, de existir tal Justicia. Y simultáneamente anuncia a los trabajadores que ojito con lo que hacen, porque van a ver cómo corta el nudo gordiano del derecho de huelga.

El empresario de la parábola creo que está pensando no en despedir a 8, sino a los 15 trabajadores que le quedaban. Y va a contratar otra vez a 20 con unos contratos nuevos que se inventó la señora Merkel, y que los snobs los llaman "minijobs": o sea, una birria. Y a todo esto, el Lehman Brothers de Rajoy anuncia que soltará un aval por 42.000 millones a favor de los bancos, que ya habían obtenido dinero del BCE al 1%, pero que no lo habían hecho circular. Ante esto, los trabajadores tienen dos opciones: o conformarse porque temen perder lo poco que les queda, o tratar de recuperar sus derechos.

Ahora el desenlace de la parábola queda en sus manos.
viernes 27 de enero de 2012


La hora de la imaginación - José Luís Martín Palacín

José Luís Martín Palacín
La crisis financiera casi ha acabado con los recursos de Europa. Y –lo que es peor- ha evidenciado una peligrosa falta de imaginación y hasta de conocimiento. Desde el primer momento, las mentes más lúcidas diagnosticaron que era una crisis sistémica. E incluso hubo alguna mente no tan lúcida, como la de Sarkozy, que propugnó la necesaria “refundación” del capitalismo. Pero nadie ha movido un dedo para hacer frente al problema de un modo diverso al que puede dictar una mentalidad de meros contables; nadie ha acometido una acción de tomar la iniciativa para lograr medidas de reactivación. Todas han sido acciones puramente defensivas, en las que se han empleado los fondos públicos de modo abundante, sin que se haya destinado cantidad alguna a actuaciones de dinamización.

Se ha destinado mucho dinero a salvar el sistema financiero, con el magro resultado de que los bancos aparentemente no se hundan, pero sin lograr que cumplan plenamente su objeto social, que es el de generar crédito para el sostenimiento de las empresas y la economía. Se han creado “fondos de rescate”, pero no se han puesto en pié “fondos de reactivación”. Y no se ha parado de insistir en el control del déficit y en aplicar el principio doméstico de la abuela: el famoso “no gastar lo que no se tiene”. Pero olvidando que, para tener, una economía no estrictamente doméstica tiene que invertir, tiene que inventar territorios productivos, tiene que saber sacar partido a sus recursos.


Con ese reflejo, Europa lleva frenando tres años el consumo y la producción. Y eliminando la inversión. Sería un ejercicio aterrador el de calcular lo que Europa ha gastado durante todo ese tiempo en esas tareas de defensa pasiva. Por otra parte, se han aplicado los mismos principios a situaciones claramente heterogéneas. Y España está siendo una víctima clara de esa torpeza. Nada tiene que ver la crisis de los países que se endeudaron por encima de límites razonables, con la de los países que –habiendo mantenido un nivel soportable de deuda- han sufrido el descalabro de los aventureros financieros que generaron un parón de la actividad empresarial, desempleo, pérdidas de ingresos públicos, y han sobredeterminado un incremento de la deuda del Estado. El caso de España. Con menos actividad económica, menos ingresos; con más desempleo, más subsidios. La consecuencia: un necesario mayor endeudamiento.


Para romper esa dinámica negativa, para cambiar el tercio, hace falta imaginación. Y conocimiento. En España, el estallido de la burbuja inmobiliaria generó la destrucción estructural de casi dos millones de puestos de trabajo. Para superar ese desastre no bastan medidas coyunturales, sino alternativas estratégicas: hay que inventarse sectores nuevos de actividad, y dedicar recursos para ponerlos en valor. Par ello hay que auxiliar a los empresarios. De dos maneras: con el respaldo para la inversión, y con el apoyo para descubrir nuevas iniciativas a partir de los recursos de que disponemos: humanos, materiales, tecnológicos, de conocimiento…


Puede ser llegado el momento de recurrir de verdad a los lugares en los que, por lógica, ha de residir el conocimiento y -¿por qué no?- la imaginación. Entre otros, las universidades. En lugar de recortar el gasto en I+D+i, como se está haciendo insensatamente, habría que multiplicarlo, aunque, eso sí, optimizándolo; y priorizando aquellos proyectos que vayan directamente a la creación de esos territorios productivos novedosos. Y vincular más la acción de las empresas con las universidades. Y puede ser la hora en la que las Administraciones Públicas también aprendan a tener imaginación, a ser creativas, a salir de la telaraña de la burocracia para acometer una colaboración  eficaz y saludable con el mundo empresarial: no con el mundo empresarial burocrático, sino con el dinámico, con el que cada mañana se esfuerza en inventarse, en multiplicarse, en innovar y en crecer, sin encontrar el adecuado respaldo ni público ni financiero.


Créanme que esto es posible, que disponemos de recursos, que tenemos emprendedores capacitados. Que desgraciadamente estamos nuevamente en aquel dicho ya milenario del Cantar de Mío Cid: “oh, qué buen vasallo si oviese buen señor”.