Érase un empresario que tenía veinte trabajadores. Producía con métodos competitivos, y lograba vender lo producido. Sus clientes le pagaban a 180 días. Tenía una línea de crédito de 1,5 millones de euros para descontar los documentos de pago, abonando rigurosamente al banco los intereses. Todo iba funcionando de manera razonable. Su banco se había metido a inflar la burbuja inmobiliaria, promoviendo entre sus clientes créditos hipotecarios, y para hacer las cuotas mensuales tolerables llegaba a dispensar créditos hasta a 30 y 35 años; su campaña tenía éxito y el dinero que prestaba a 35 años lo tomaba en el mercado a 4, con la esperanza de renovarlo periódicamente. El ajuste de las cuotas pasaba por pagar una gran parte de los intereses por adelantado. Y con la modalidad de que animaban a que en el monto del crédito entrara el dinero para el coche: ¡te estaban cobrando el coche durante 35 años! Entre los 20 trabajadores del empresario había 12 que habían tomado hipotecas.
Al estallar la crisis financiera el banco llamó al empresario y le dijo que la línea de crédito de 1,5 millones de euros había que bajarla a 500.000. Tras recorrer el Wall Street patrio, el empresario llegó hasta los 600.000 euros de crédito. Se le acumulaba el papel y comenzó a retrasar sus pagos. Y llegó un momento en que, por falta de tesorería, tuvo que reducir su producción, y empezó despidiendo a 5 de sus 20 trabajadores. Esos 5 trabajadores, sumados a grupos semejantes de otras empresas que pasaban por la misma situación, comenzaron a percibir el subsidio de desempleo: que no es un regalo de nadie, sino el cobro de una póliza que ha ido cotizando mes a mes con su producción. Y ese cada vez más nutrido grupo de parados, unido a los 2 millones de desempleados que produjo la crisis inmobiliaria-financiera, hicieron que el Estado tuviera que buscar dinero para pagar los legítimos subsidios. La deuda del Estado hasta ese momento era tolerable. Pero había de pagar más subsidios, mientras disminuyeron sus ingresos, porque la producción había decrecido, y los impuestos bajaron al mismo ritmo. De paso hubo de prestar dinero a los bancos para que no se ahogaran y, teóricamente, para que siguieran dando créditos a las empresas. Al endeudarse más, comenzó a subirle el precio del dinero que tomaba prestado, lo cual incrementaba su deuda.
Mientras, de los 5 trabajadores despedidos por el empresario, 3 dejaron de pagar sus hipotecas, y el banco les quitó las viviendas que, en manos del banco se convirtieron en "activos tóxicos": valían mucho menos que el crédito. Jugada poco inteligente de los bancos (una más). Y como iba habiendo más gente en el paro, el consumo disminuía a ojos vista y, consecuentemente, la producción. Y esto a su vez produjo más despidos, que realimentaban el ciclo de la desgracia hasta aquí descrito. El empresario tenía que despedir a otros 8 trabajadores, pero tenían más antigüedad, y le salía más caro. Y se puso a clamar para que le abarataran la posibilidad de desembarazarse de esa gente. A costa, lógicamente, de destruir los derechos adquiridos por los trabajadores con su producción de años, que había mantenido en pie la empresa y los beneficios legítimos del empresario. Con una pequeña diferencia: los beneficios del empresario ya los había sacado de la empresa, convirtiéndolos en una casa, en una finca o en unas acciones. Mientras que los derechos adquiridos de los trabajadores estaban vinculados a la empresa, a su trabajo en la empresa. Mientras tanto, los bancos seguían necesitando financiación, y restringiendo la que ellos habían de proporcionar a las empresas para que no se rompiera el ciclo productivo. Y casi dejaron de cumplir su objeto social, que es prestar dinero y cobrar por ello. Pero algún mal pensado sospecha que esos mismos bancos han estado detrás de las operaciones de especulación con la deuda pública. Aunque ya digo que son ideas de mal pensados…
Y en esto llegó Mariano Rajoy con un ejército temerario: alguno que otro venía de Lehman Brothers, entidad experta en la quiebra. Y, cual un iluminado Alejandro Magno, decidió cortar el nudo gordiano que le permitiría conquistar el Oriente del poder al que se debe: su nudo gordiano eran los derechos adquiridos de los trabajadores: esos que están vinculados a su puesto de trabajo. Y lo cortó de cuajo: acabó con esos derechos de un modo tal que algunos indocumentados pensamos que podría perderlo ante cualquier Tribunal de Justicia, de existir tal Justicia. Y simultáneamente anuncia a los trabajadores que ojito con lo que hacen, porque van a ver cómo corta el nudo gordiano del derecho de huelga.
El empresario de la parábola creo que está pensando no en despedir a 8, sino a los 15 trabajadores que le quedaban. Y va a contratar otra vez a 20 con unos contratos nuevos que se inventó la señora Merkel, y que los snobs los llaman "minijobs": o sea, una birria. Y a todo esto, el Lehman Brothers de Rajoy anuncia que soltará un aval por 42.000 millones a favor de los bancos, que ya habían obtenido dinero del BCE al 1%, pero que no lo habían hecho circular. Ante esto, los trabajadores tienen dos opciones: o conformarse porque temen perder lo poco que les queda, o tratar de recuperar sus derechos.