Emilio Argiz Vázquez |
En un listado de grandes arquitectos a lo largo de la historia, pocas dudas hay de que Niemeyer tendría plaza fija en los primeros puestos de la lista. La potencia de su obra, la longitud de su vida – rio, y el avatar de ser el hombre adecuado en el momento preciso para ligar su historia a la del Brasil, hacen de él un icono equiparable a Wright, Le Corbusier, y pocos más.
Fue en una colaboración con Le Corbusier que inició su carrera edilicia en 1936, con la sede del Ministerio de Educación, primer edificio moderno en Río de Janeiro, e hito del alborear del extraordinario proceso de modernización y desarrollo del Brasil del S. XX. Pero si Le Corbusier fue siempre para Niemeyer el padre de la arquitectura moderna, él pronto se emancipará, y partiendo de la admiración, y de las mismas concepciones de plástica y funcionalidad, desarrollará una semántica propia, que el mismo Niemeyer definió de esta manera: “No es el ángulo recto lo que me atrae, ni la línea recta, dura, inflexible, inventada por el hombre. Solo me atrae la curva libre y sensual; la curva que hayo en las montañas del Brasil, en el curso armonioso de sus ríos, en las olas del mar, o en el cuerpo de la mujer amada. El universo está hecho de curvas”. Así, profundizando en el Movimiento Moderno, y cultivando al mismo tiempo una distancia crítica, Niemeyer desarrolla en poco tiempo ese lenguaje propio, haciendo suya la herencia moderna de la relación forma – función, pero buscando también la emoción de la belleza y la invención.
Con estos presupuestos, desarrolla el cuerpo principal de su obra entre 1936 y 1970, con una madurez extraordinaria, y siendo capaz de producir arquitectura a un tiempo sencilla, grandiosa, y perfectamente identificable como suya. El azar, y la intersección de su camino vital con los de Lucio Costa y el Presidente Kubitschek, hará que Niemeyer tenga a su cargo en los años 40 el desarrollo urbanístico de Pampulhas (Belo Horizonte), prodigio de madurez creativa, y a partir de los 50, la oportunidad única de mostrar todo su potencial, construyendo “ex novo” una ciudad capital. La respuesta a ese reto son los magníficos palacios de los distintos ministerios, el edificio del Congreso Nacional, o la Catedral Metropolitana. Y tanto a la altura estuvo del empeño, que los palacios de Alborada o Planalto, o las torres y cúpulas del Congreso se convirtieron en el símbolo no solo de la capital, sino de todo el país, y Brasilia fue declarada Patrimonio de la Humanidad, en un caso único de que su autor fuese testigo en vida de tal reconocimiento.
El hito de cierre de su periodo cumbre de madurez creativa podemos situarlo en el edificio de la sede del Partido Comunista francés, en París, de 1965, o en la Universidad de Constantina, en Argel, equilibradas síntesis de modernidad reflexiva, belleza funcional de sinuosas curvas, y dominio audaz de las posibilidades técnicas del hormigón. A partir de ahí, la potencia del lenguaje propio (algo que consiguen muy pocos creadores), hizo que Niemeyer se fuese reescribiendo, a veces hasta casi la reiteración de sí mismo. Pero poco se puede decir en su contra, cuando fue capaz de entrar en una segunda madurez, y producir en el 91, con 83 años, la extraordinaria delicia del Museo de arte contemporánea de Niteroi, o ya en este siglo el nuevo Museo de Brasilia, o el Centro Cultural de Avilés, entre otros.
En el momento de la muerte de Niemeyer, cabe destacar sobre todo su pasión por la vida, y la coherencia de su recorrido vital. Murió comunista, como comunista era de estudiante, siendo hasta el final un rendido amante de la belleza femenina, de la arquitectura, y de la cálida sensualidad de la magnífica topografía de Río. Fue capaz de hacer la dulce revolución de las formas en la que la belleza también es función.
¿Sobran municipios en Galicia?
Con pequeñas variaciones, mantenemos a 2012 en Galicia la estructura de organización territorial y administrativa nacida con el decreto de constitución de los municipios de 1835. Tenía el país 326 ayuntamientos a mediados del siglo XIX, y 315 tiene hoy
Hasta la consolidación de los municipios, contaba Galicia con 7 ciudades, 101 villas, 665 jurisdicciones , 496 señoríos, y 3652 parroquias. Las ciudades de Coruña, Betanzos, y Ourense, así como las villas de Ferrol, Viveiro, y Baiona, se gobernaban por regidores nombrados por el Rey. Santiago, Lugo, Mondoñedo y Tui tenían alcaldes elegidos por sus respectivos Obispos. Y el resto de las jurisdicciones tenían al frente autoridades nombradas por los Obispos, o por Señores o Grandes Títulos. Era aquella una situación que correspondía con el modelo organizativo del Antiguo Régimen: proliferación confusa de autoridades, y divisiones territoriales imprecisas, con territorios de realengo y de señorío sobrepuestos, sin una auténtica división administrativa.
Será primero el Rey Bonaparte, y después las Cortes Constitucionales de hace 200 anos (que consagran el principio de elección de las autoridades locales), las que vendrán a impulsar un proceso modernizador que acabará dando lugar a la organización territorial y administrativa de municipios e provincias que se mantiene aún hoy sin apenas variaciones, salvo la superposición de las autonomías. El proceso será largo y dificultoso; En toda España, por las involuciones, y la resistencia a la pérdida de poder de las autoridades del Antiguo Régimen. Y en Galicia en particular, por el añadido ea singularidad poblacional, la dispersión, y la preeminencia de la parroquia. No obstante, a partir de mediados del XIX, los municipios se consolidan como el elemento base de la ordenación del territorio, y las capitales municipales vienen a ser el nodo mínimo del asiento de la burocracia y el poder del estado moderno.
Pero la estructura socioeconómica y poblacional del país es hoy totalmente distinta a la de hace siglo y medio. En torno al 1850 la población galega rondaba el 12% de la española, y el peso demográfico del interior y de la costa era equiparable, con un 45% de la población en Lugo y Ourense, y un 55% en Coruña y Pontevedra. La urbanización era muy escasa, y aún en el 1900 la población de las siete grandes ciudades apenas suponía el 9% del total, en un país eminentemente rural, con una estructura social y poblacional basada en las rentas de la tierra. Hoy, la población gallega es menos del 6% del total de la española, concentrándose más del 75% en la mitad atlántica, y un 60% en torno a las grandes áreas urbanas. En tanto, se acentúa el imparable despoblamiento del rural.
Con esta realidad, y al albur de la crisis que nos devora, nos entretenemos con la cuestión de si sobran municipios o no. Pero en la más honda tradición hispana, no lo hacemos con un proceso medido de análisis y planificación, a la busca de la mejor eficiencia en la ordenación territorial. Por el contrario, parece que tiramos por la vía de las ocurrencias, o utilizamos fusiones inciertas o insignificantes, como ases en la manga de debates parlamentarios.
Ciertamente, después de un buen estudio, podríamos concluir que hoy en Galicia sobran municipios. La mejora de las comunicaciones hace que muchas de las capitales municipales estén unas de otras a no más de 10 minutos por carretera; Y el despoblamiento va dejando sin masa crítica a muchos territorios del interior. En este sentido, difícilmente se puede mantener la entelequia de Ayuntamientos como Cesuras, o Páramo, Piñor o Crecente. Por otro lado, la concentración de la población en las grandes áreas urbanas también dejó sin sentido fronteras municipales. Singularmente, la ciudad de Coruña hace tiempo que desbordó su término, y el municipio tendría que incluir cuando menos Arteixo y Culleredo (facilitando de paso la planificación urbanística de la ciudad real)
En cualquier caso, uno piensa que el proceso de reordenación territorial tiene que hacerse con mucho tino, después de los análisis precisos, y a través de los instrumentos de ordenación adecuados. No puede ser un proceso que parta de la iniciativa de los propios Ayuntamientos, como se atrevieron a sugerir desde la Xunta, mostrando una vez más dejación de sus atribuciones urbanísticasye territoriales. Pero tampoco puede ser un asunto que se liquide por decreto, poniendo sin más una cota mínima de, digamos, 20.000 habitantes por municipio. Porque lo cierto es que Galicia tiene un rico tejido de villas pequeñas y medianas, equilibradoras del territorio, y que decaerían aún más rápido si son vaciadas de su papel como asiento de la burocracia estatal.
Hagamos pues de la crisis también una oportunidad en el campo de la ordenación del territorio, y optemos por una reordenación seria, planificando el futuro con sentido común. Incluyamos en la ordenación municipios, comarcas, y partidos judiciales, de forma que las capitales municipales se consoliden como nodos urbanos intermedios equilibradores, con municipios que podrían coincidir en buena medida con las actuales comarcas de la no resuelta comarcalización. Y de paso, no dejemos escapar la oportunidad de reorganizar para bien las áreas metropolitanas, haciendo coincidir las ciudades reales con las ciudades administrativas a planificar.
Europa e Turquía I - Emilio Argiz Vázquez
Si concluimos que Europa es más historia que geografía, esa definición deja fuera a los turcos, que fueron, desde la caída de Constantinopla, uno de los factores externos contra los que se construyó la Civilización Occidental. Pero Turquía no es europea ni asiática, y si uno le pregunta a un turco, casi siempre la respuesta que obtiene es que Turquía es… turca. Respuesta que no es una obviedad, si no la encarnación de lo efectiva que fue la formación del espíritu nacional, en los 90 años de república laica, “kemalista”, y nacionalista, fundada por Atatürk.
Hoy Turquía está en una encrucijada entre ese “kemalismo” laicista, y un neo – otomanismo que abraza el legado imperial e islámico, recogiendo el cosmopolitismo del imperio multi – étnico que fue gobernado desde Estambul. Encrucijada que tiene que ver con el fin de la guerra fría, y los nuevos horizontes geoestratégicos, amenazas, y oportunidades generadas. Y encrucijada, además, que tiene un reflejo directo en las calles turcas, en las mezquitas o en las universidades. Porque frente a la república laica orientada hacia Europa, y vigilada por un ejército “de izquierdas”, lo contestatario y progresista puede ser a 2012 en Turquía que los chicos vayan a rezar a las mezquitas, y que las chicas lleven hiyab.
Lo cierto es que Turquía tiene hoy un gobierno islamista moderado, parece que razonablemente eficiente, y que no nos debería asustar en una Europa acostumbrada a los demócrata – cristianos. Gobierno que no busca tanto una islamización radical, cuanto una perspectiva menos militante del laicismo, tratando de cuadrar el desarrollo económico, con hacer al mismo tiempo las paces con su historia y geografía. Por todo ello, quizás cuando Europa llegase a decidir que los turcos pueden formar parte del club, sean ellos los que ya decidieron que no les interesa.
Porque el neo - otomanismo también significa un nuevo sentido de grandeza y auto – confianza en política exterior, según el cual, los turcos se consideran a sí mismos como una potencia regional, con alcance geográfico hasta donde llegaban los imperios con capital en Estambul, e incluyendo también los nuevos estados de raíz turkmena de la antigua URSS. Potencia que vendría a jugar el papel de core state de la Civilización Islámica, en terminología de Huntington. Esto es, igual que Rusia es el core state de la Civilización Ortodoxa, o Alemania – Francia lo son de la Civilización europea occidental (y junto con los USA, los core state de Occidente), ese sería el nuevo posible papel de Turquía en el mundo islámico, única de las grandes civilizaciones que hasta ahora no cuenta, de nuevo según Huntington, con una potencia global.
Pero Turquía non es aspirante único a ese rol de core state islámico, si no que hay una partida del “gran juego” en curso, que lleva años dirimiéndose entre Turquía, Irán, y Arabia Saudita, los tres posibles candidatos por historia, y por potencial económico o demográfico. A la luz de ese “gran juego”, es más fácil entender que quizás a Turquía ya no le interese tanto entrar en una Unión Europea cristiana. Igualmente, un mapa pone de manifiesto inmediatamente que Siria está (en compañía de Irak) en el centro entre Turquía, Irán, y Arabia, y se ha convertido (para desgracia de los sirios), en una ficha en el tablero de juego, en el que se dirimen intereses mucho más allá de los sirios.
Sólo así se entiende que Arabia esté apoyando a los rebeldes sirios; no porque a la autocracia saudita le haya dado un ataque de amor a la libertad, si no para golpear al Irán chiíta en el cuerpo de su aliado sirio. O que las monarquías del golfo aplaudan, casi sin disimulo, un posible ataque israelí a Irán, antes de que los persas tengan la bomba con la que ya cuentan los judíos. Y tampoco son ajenos al juego Rusia y los USA, con reflejos de guerra fría, e intereses encontrados con las posibles potencias regionales. Rusia y China detrás de Irán y Siria (con base naval rusa en Tartús, Siria), y los USA detrás de Arabia (la Arabia de Bin Laden, si). Tan solo Turquía parece estar jugando una carta más independiente, pero en ese juego de poder tampoco quiere dejar caer a Al-Assad, y que la balanza entre Irán y Arabia se incline del lado Saudita.
Desde luego, parece que sería conveniente no comprar, sin meditación previa, la falacia de que los rebeldes sirios están todos luchando por la democracia; Como tampoco lo estaban todos los rebeldes libios. Y sería también adecuada una cierta prudencia, porque un estado fallido en Siria, sumado a Irak, puede ser bastante más peligroso que el desastre provocado en Libia. Esa misma prudencia, es la que puede hacer de Turquía la mejor potencia regional equilibradora, ya no como la parte de Occidente que nunca fue, si no como el core state de una categoría propia.
lunes 20 de febrero de 2012
Aeropuertos y sentido comúm - Emilio Argiz Vázquez
Tiene sentido contar con dos aeropuertos en 45 km, o con tres aeropuertos en 120, en un país con menos de tres millones de habitantes?; ¿Tiene sentido invertir montones de dinero en tres terminales con tráficos decrecientes, cuando además el AVE será competencia directa para los vuelos a Madrid, amplia mayoría hoy?; ¿Tiene sentido que a ninguno de los tres llegue un tren de cercanías, o aún casi ni transporte público?
Las respuestas parecen evidentes para cualquiera no cegado por localismos miopes, como parece evidente que uno de los pecados en esta Galicia de nuestros dolores es nuestra incapacidad para planificar el futuro, y ordenar nuestro territorio con sentido común.
Porque si hay algo que define bien a Galicia (y la hace, en eso, esencialmente española), es la casi nula capacidad de planificación, un espíritu cívico poco cultivado, y una conciencia del bien común más bien escasa. Individualismo y localismo que tienen una traducción inmediata en nuestro desordenado y malherido territorio, en nuestras villas desastre, y en nuestras ciudades, que no son más que oportunidades perdidas.
Tiene sentido contar con dos aeropuertos en 45 km, o con tres aeropuertos en 120, en un país con menos de tres millones de habitantes?; ¿Tiene sentido invertir montones de dinero en tres terminales con tráficos decrecientes, cuando además el AVE será competencia directa para los vuelos a Madrid, amplia mayoría hoy?; ¿Tiene sentido que a ninguno de los tres llegue un tren de cercanías, o aún casi ni transporte público?
Ordenar el futuro con sentido común y con economía de medios. Esto es a lo que tendrían que estar nuestros alcaldes y gobernantes. Algo que pasa, en primer lugar, por dotarnos de un marco legal y administrativo estable y adecuado (¿Cuántas leyes del suelo llevamos?; ¿Cuántos ayuntamientos sobran?; ¿Hasta cuando unas diputaciones redundantes?). Y en segundo lugar, por definir un modelo de futuro, saber a dónde queremos llegar, e ir invirtiendo según una planificación adecuada, y con objetivos a largo plazo. Planificación que sea una hoja de ruta válida para gobiernos de distinto color, en una lógica que vale tanto para el territorio, el urbanismo, y nuestro paisaje físico, como para la educación, y nuestro paisaje social.
Si hablamos por lo tanto de territorio y comunicaciones, una inversión tan fuerte en infraestructuras como la de los últimos 25 años tendría que haber sido hecha con una planificación previa adecuada; Y de ella deduciríamos, a buen seguro, que Galicia necesita uno o dos aeropuertos, pero no tres. En la opción de dos, tendrían que estar en el entorno de las áreas metropolitanas de Coruña y Vigo. En la opción de uno, tendríamos que apostar por un aeropuerto central gallego, equidistante entre las dos, y sirviendo a todo el país. Opción esta que parece hoy la mejor, por cuanto un aeropuerto con todo el tráfico gallego daría un nodo europeo intermedio, tan atractivo como el de Oporto, y capaz de generar rutas directas con toda Europa (y aún transatlánticas), sin tener que pasar por Madrid.
Naturalmente, un nodo de transporte aeroportuario no tiene sentido si no se conecta con las redes de transporte terrestre. Ahí entraría la planificación a largo plazo, la intermodalidad, y la economía de medios, a la búsqueda de la máxima eficiencia; Y el resultado debería ser una red de autopistas y trenes bien articulada, que pusiese cualquier ciudad a no más de 30-40 minutos, y cualquier villa del país a no más de 60-75 minutos, fuese Ribadeo, Verín, o A Guarda.
Las propuestas que vienen de Santiago, de llevar la estación del AVE a Lavacolla, pueden requerir muchos matices, pero apuntan en la buena dirección. Conde Roa lo tiene fácil, porque estar entre Coruña y Vigo, y equidistante de Lugo o Ourense, hace que su localismo sea en este caso coincidente con el interés común. Pero ciertamente, en algún momento deberíamos abandonar la contumacia de las inversiones sin sentido ni idea de país, y apostar por la economía de medios. Apuesta obligada hoy, y que puede ser una de las cosas buenas que nos deje esta crisis.
Quizás en Coruña y Vigo, en algún momento, también acabarán cayendo en la cuenta de que les interesa más un gran aeropuerto central con muchas conexiones directas, y a 20-30 minutos en transporte público, que no soportar las molestias de un "aero-puertito" ineficaz dentro de sus áreas metropolitanas. Porque no se tardaría más en llegar a ese aeropuerto central gallego de lo que se tarda en llegar de Fiumichino, Charles de Gaulle, o Gatwick a Londres, París o Roma. O aún de lo que se tarda en llegar de Barajas al centro de Madrid en metro. Y porque las sinergias generadas por la accesibilidad desde toda Europa, serían incontables; Para Coruña y Vigo, y para toda Galicia.
Tiene sentido contar con dos aeropuertos en 45 km, o con tres aeropuertos en 120, en un país con menos de tres millones de habitantes?; ¿Tiene sentido invertir montones de dinero en tres terminales con tráficos decrecientes, cuando además el AVE será competencia directa para los vuelos a Madrid, amplia mayoría hoy?; ¿Tiene sentido que a ninguno de los tres llegue un tren de cercanías, o aún casi ni transporte público?
Las respuestas parecen evidentes para cualquiera no cegado por localismos miopes, como parece evidente que uno de los pecados en esta Galicia de nuestros dolores es nuestra incapacidad para planificar el futuro, y ordenar nuestro territorio con sentido común.
Porque si hay algo que define bien a Galicia (y la hace, en eso, esencialmente española), es la casi nula capacidad de planificación, un espíritu cívico poco cultivado, y una conciencia del bien común más bien escasa. Individualismo y localismo que tienen una traducción inmediata en nuestro desordenado y malherido territorio, en nuestras villas desastre, y en nuestras ciudades, que no son más que oportunidades perdidas.
Equilibrios na rede - Emilio Argiz Vázque
Cando unha nova realidade agroma, e fai obsoletos modelos antigos, hai sempre un tempo variable no cal se dirime a loita entre a inercia do coñecido, e a adaptación ó novo. Iso pasou coa revolución Gutemberg, e iso está a pasar agora coa revolución dixital. Megaupload, as leis Sinde - SOPA, ou o fenómeno das descargas ilegais e os roubos de direitos, non son máis ca expresión das disfuncións que está a provocar a mutación dunha sociedade analóxica en outra dixital.A rede trae consigo a ubicuidade, e a inmediatez, no acceso a moita da erudición que ata o de agora acumulou a humanidade, o cal en principio son boas novas. Calquera que no Caurel conte con unha boa conexión a Internet, ten hoxe acceso a case toda a música ou literatura, na súa casa, dun xeito que ata hai nada era impensable na Coruña ou en Londres.
A rede trae consigo tamén un profundo cambio na loxística, que transforma as cadeas de distribución, e fai desaparecer intermediarios. Isto é así para calquera produto, pero especialmente para os culturais, facilmente dixitalizables e desmaterializables. De resultas, as nosas cidades quedaron sen tendas de discos, e a industria discográfica está en coma; o mesmo que pode pasar con librerías e editoriais. Namentres, unha nova metrópole virtual superponse á cidade real, e funciona a base de clics de rato e impulsos. Hoxe é sinxelo ter acceso ás 12 da noite a calquera cantata de Bach, e descargala ó instante, no entanto que a compra física do disco sería un proceso longo, no caso de que fose posible. E quen di Bach, di Miles Davis, ou o último libro de Vargas Llosa.
Os problemas xorden cando esa dixitalización da información, e a ubicuidade da rede, tamén propician o intercambio entre particulares, ou directamente o pirateo e lucro cos dereitos dos autores. Porque un podía deixarlle un libro de papel a un amigo, e nada malo tiña o feito. Pero se ese libro, convertido nun pequeno arquivo de e-book, se colga na rede para compartilo con millóns de “amigos” en barra libre, dinamítase a industria e acábase a un tempo co dereito do autor a vivir do seu esforzo. E iso que pode ser alegal e perigoso para os creadores, directamente é ilegal cando ademais alguén fai cartos co espolio, como parece que pasaba no caso de Megaupload.
Os problemas medran cando o consumidor afaise, nun círculo vicioso que xera o sistema, a telo todo, e telo de inmediato. A sociedade vírase adolescente, coas posibilidades que lle da a rede, e xa non quere límites nin negativas. Se unha película se estrea mañá nos cines, queren vela hoxe na súa casa. E a iso súmaselle un certo Síndrome de Dióxenes dixital, de feito que moitos acumulan nos seus discos duros, con descargas ilegais, e baixo a falsa premisa do “todo de balde”, músicas ou películas que nin en dúas vidas poderían escoitar ou ver.
O paradoxo final ven ser que a ubicuidade e o acceso a toda a erudición ou a toda a música, non necesariamente produce cidadáns máis cultos, se non as máis das veces homes perdidos no barullo e na cacofonía. Igual que a suposta maior facilidade de acceso á información non está a producir cidadáns máis avisados, se non narcotizados pola avalancha, e que non son quen de distinguir feitos ou novas, de barullo e demagoxia. E un ten para si que as disfuncións que está xerando a mutación dixital teñen moito que ver, xa non só cos problemas da rede, se non nunha relación causa - efecto bidireccional, ata coa crise, que máis ben parece unha enorme contradición interna, insalvable para o sistema, cos mercados do capital profundamente alterados pola ubicuidade instantánea da rede, e polas doutrinas ultraliberais.
Así que, en canto á piratería na rede, o que temos finalmente é un preito a dirimir entre uns xeitos de facer que manteñen inercias xa obsoletas, e as novas realidades que trae a revolución dixital. Coma case sempre, a virtude estará no xusto medio, e en atopar un punto de equilibrio razoable. Para elo teriamos que ser quen de producir un modelo novo, no que os libros, a música ou o cine teñan un acceso legal sinxelo na rede, e a prezos razoables que teñan en conta que desapareceron os intermediarios. Modelos xa hai, como Spotify; e un pensa que se non se fai así, estará perdida calquera loita contra as descargas á marxe da legalidade.
Europa e Turquía I - Emilio Argiz Vázquez
Atendiendo a la geografía, un 3% del territorio turco, la antigua Tracia, está dentro de Europa, con fronteras con Grecia y Bulgaria. Pero el 97% restante estaría en Asia, y con fronteras con Siria, Irak, o Irán. Así que para saber si Turquía es Europa, tendríamos que saber primero qué es Turquía, y sobre todo, qué es Europa. Y cualquiera de las dos cuestiones tiene una difícil respuesta.
Para empezar, tendríamos que tener claro que Europa nunca fue geografía, si no historia. Porque si la geografía la definiese, Europa no es más que una pequeña península de Eurasia, y no el Continente que conquistó el mundo. Europa comienza a identificarse como tal en la baja Edad Media, yendo más allá de la mediterranía romana como concepto aglutinador, y heredando parte de un proceso que comienza con los griegos del Ática, definiéndose en contraposición a la parte asi-Ática, lo que hoy es la Anatolia Turca. Los europeos hemos sido siempre diversos, pero nuestra identidad se ha ido forjando a la contra. Persas, musulmanes o chinos eran ajenos a la civilización occidental que se iba fraguando.
Así, hay una Europa occidental, católica y protestante, que llega hasta donde llega el Gótico (Kosiçe, en Eslovaquia, frontera con Ucrania, es la catedral gótica más al este), y que incluye todo el occidente europeo, Escandinavia, los estados bálticos, Polonia, Chequia, Eslovaquia, Hungría, y Croacia. Una Europa que desde Lisboa a Tallin, y de Nápoles a Edimburgo, se va construyendo en una historia de luchas y avances, del Gótico al humanismo renacentista, y del Barroco a la Ilustración, o a la revolución científica e industrial, hasta llegar a las grandes guerras del siglo XX, y al camino federal.
Pero hay también otra Europa oriental y ortodoxa, que trae hasta hoy casi invariable la frontera del Imperio Romano de Oriente, tras la partición de Teodosio. Ahí están Serbia, Grecia, Bulgaria; ahí estuvo Constantinopla y el Imperio Bizantino, y ahí está también Ucrania, Georgia, y Moscú, la nueva Bizancio
Entender esas dos Europas es clave para entender el conflicto yugoslavo, la difícil y controvertida ampliación al este de una Unión Europea de raíz cristiana occidental, o hasta gran parte de los problemas griegos, derivados de una geopolítica que les impuso un rol ajeno en buena medida a su historia. Grecia es la cuna de mucho de lo que somos hoy, pero desde Teodosio nunca ha sido parte de la Europa occidental. No vivió el Renacimiento o el Barroco, ni la Ilustración. Y sin embargo fue parte, primero, del Imperio Bizantino, y después del Otomano, los dos con cabeza en Constantinopla.
Supongamos que Europa, ese maravilloso artificio de la historia, supere las crisis de crecimiento, las crisis financieras, y el juego sucio de Wall Street o la City. Supongamos que Europa acaba integrando de forma efectiva a las Europas occidental y oriental hasta la frontera con Rusia y Ucrania. O hasta que en un futuro pudiese integrar a todos los europeos de raíz ortodoxa. Entonces la siguiente pregunta sería cual es el límite de Europa, y si Turquía está del lado de dentro o del lado de fuera de la frontera.
Londres parece tenerlo claro: Turquía tiene que ser parte de Europa. Tan claro como tienen los británicos que no quieren una Europa federal, si no un mercado común que les siga dando un buen campo de juego para la City. Viena o París parecen tenerlo igual de claro: Turquía no es Europa. Y ayuda en el caso de los austríacos la memoria de los asedios turcos a su capital, o que durante 300 años Hungría estuviese ocupada por los otomanos. España está en un punto intermedio, favorable a Turquía por motivos variables. En el caso de Aznar, por una lógica cercana a la de Londres o Washington, y en el caso de Zapatero, por una lógica más difusa, compartida con Mario Soares y otros, según la cual una Turquía moderadamente musulmana dentro de la Unión, favorecería una Europa menos cristiana y más secular. Y según la cual, también por geo-estrategia nos interesa que Turquía sea miembro de la Unión.
En cualquier caso, uno tiene para sí que Turquía siempre fue un elemento ajeno a la historia “interna” europea, y que si algo hizo por esa historia, fue servir de aglutinador contra el que luchar: desde la batalla de Lepanto del zenit imperial español, erigido en estandarte de la cristiandad contra el infiel, hasta el Imperio Austrohúngaro, construido en los S. XVIII y XIX, en parte contra los otomanos. Y en cuanto a la Europa ortodoxa, la enemistad ruso – turca tiene raíces profundas: fueron los turcos los que conquistaron la Constantinopla del patriarcado ortodoxo, y fue el Imperio Otomano el que impidió la salida de los Zares al Mediterráneo, o los sueños paneslavos y panortodoxos que iban de Atenas o Belgrado a Constantinopla y Moscú. Rivalidad ruso – turca de la que la OTAN supo sacar provecho en la Guerra Fría.
Así que por la parte de lo que es o no es Europa, y atendiendo a la historia que nos define, uno tiene claro que Turquía está fuera de Europa, en tanto está fuera de la historia europea. De una Europa que se construyó en buena medida contra Otomanos y Musulmanes.