Con el fallecimiento del presidente Chávez ha nacido un nuevo mito político que sube al panteón de la izquierda latinoamericana junto a Allende y Guevara. Hugo Chávez puede quedar como un personaje que combina el perfil político de Allende y la imagen revolucionaria del Che, añadiendo a la mezcla unas gotitas del carisma popular de Evita. Sin embargo hay una gran diferencia entre Hugo Chávez y Allende y Guevara: Hugo Chávez tuvo éxito, sus adversarios no consiguieron pararlo. Veremos si el éxito refuerza el mito o es un “pecado” que estimulará a sus adversarios a combatirlo después de muerto.
En estos tiempos de hegemonía del pensamiento neoliberal y conservador se nos ha venido presentando al presidente Chávez como paradigma de radicalismo izquierdista, cuando a pesar de la simbología que pudiera manejar su acción política parece objetivamente más clasificable como socialdemócrata que como revolucionaria. Si nos puede sorprender en España calificar a Hugo Chávez de socialdemócrata probablemente sea porque tenemos las referencias políticas algo corridas hacia la derecha y a estas alturas nos parece que lo normal es que los partidos políticos antaño socialdemócratas desarrollen acciones políticas neoliberales de favorecimiento a los oligopolios. Más allá de los efectos que ha tenido el fenómeno Chávez en las izquierdas latinoamericanas, convendría también reflexionar sobre la luz que puede arrojar sobre el estado de las izquierdas europeas. Durante los dos últimos gobiernos socialistas Zapatero tuvo buen cuidado en mantener las distancias respecto a las izquierdas emergentes americanas, evitando incluso fotografiarse en compañía de Chávez, Morales y Correa ¿No cabe ver ahora en ese comportamiento un anuncio de la rendición incondicional ante la oligarquía financiera de mayo de 2010?
Hugo Chávez alcanzó varios logros de los que la izquierda europea en general e ibérica en particular debería tomar buena nota:
· Consiguió el apoyo popular a pesar de unos medios de comunicación privados (y al principio también los públicos) completamente hostiles, sin encogerse ante el hecho de que en el juego mediático la derecha siempre juega en casa.
· Supo desarrollar un estilo de comunicación que no solo saltó por encima del bloqueo mediático hasta los electores si no que se adaptó a culturas populares con formas fuertemente influenciadas por los medios de comunicación de masas. En eso puede que se parezca a Beppe Grillo, si bien la identidad izquierdista de este aun está por confirmar.
· Supo evitar la trampa de asumir el lenguaje postpolítico dominante, siendo capaz de desarrollar un discurso de izquierdas popular. Evitó así el paradójico alejamiento de los partidos progresistas respecto a las clases populares cuando evitan cuestionar el marco económico y las relaciones de clase, cuando asumen el marco neoliberal como reglas del juego naturales y reduciendo el debate político a cuestiones de modos de vida e identidades en los que el populismo de derechas puede hacerse fuerte conquistando el voto popular (véase al respecto el ejemplo descrito en el ensayo “¿Que pasa con Kansas?” de Thomas Frank). Desafió el pensamiento único neoliberal y triunfó en el empeño.
· Demostró que se puede gobernar sin el amor de la banca y otras oligarquías económicas.
Los partidos políticos del sur de Europa harían mal en desechar las experiencias de la izquierdas americanas desde una actitud de suficiencia “primermundista” pues la evolución de las sociedades sudamericanas y las sociedades europeas, en particular las del sur de Europa, es en muchos aspectos convergente pues, mientras que en Sudamérica crecen las clases medias como consecuencia de programas políticos progresistas, en Europa crecen las diferencias de clases y las bolsas de exclusión por efecto del programa neoliberal.