En principio, es un buen síntoma democrático que la corrupción salga a la superficie, pues sólo cuando es visible se puede luchar contra ella. Pero hay algo peor, si cabe, que la verificación palpable de unos índices intolerables de corrupción en nuestro país: la gestión que nuestro actual gobierno hace de ésta una vez constatado con creces su continuo, escandaloso, alarmante e inacabado afloramiento. Porque la marea todavía tiene que subir más y más, y dejar al descubierto enorme cantidad de basura no reciclable. Algo parecido un negro océano plastificado que amenaza con asfixiarnos a todos.
Por un lado, el ejecutivo obra, preferentemente fuera del hemiciclo parlamentario -sí, ese lugar que le da tanto repelús- como si fuese víctima de un ataque de pánico. Se queda paralizado entre estruendosos silencios, provocando dolor e impotencia cualquier ser pensante y sintiente, para luego empezar a soltar consignas de negación total de la realidad y mentiras sistemáticas, siempre en el marco de un discurso errático, cínico, contradictorio y arbitrario en el que cualquier movimiento se produce a efectos de encontrar un chivo expiatorio, siempre ajeno a sus filas ideológicas, al que encalomar la responsabilidad de los indignantes hechos que lo acorralan, identificarlo como enemigo a abatir, disparar a todo lo que se mueve fuera de su ombligo mental manteniendo hacia el tendido una mirada vacía, ausente, semejante a del ganado bovino viendo pasar un tren. Y que salga el sol por Antequera.
Pero resulta que en todo esto no hay nada nuevo bajo el sol, aunque apenas se vislumbre. Ya lo decía el ministro de propaganda nazi Joseph Goebbels: una mentira mil veces repetida acaba por convertirse en una verdad. Parece que este método les ha resultado útil hasta el momento. Así lo indican las urnas. No sé si les resultará igual de efectivo, digamos, “advertir” de posibles represalias a los mass media más populares, intentando “modular” sus contenidos y dar así al traste con un puñado de derechos, pues “amenazar” es una conducta característica de las bandas de crimen organizado, aunque la advertencia no ha sido siempre más que la velada amenaza de señoritos y caciques de toda calaña (casi siempre la misma).
Señores y señores del gobierno de España: si ustedes quieren experimentar los modos morir por Dios, por la patria y el Rey, cara al sol español o la sombra de una sombrilla de encaje y seda, tal vez metáfora chica de la trena, por favor háganlo en su casa, con gaseosa y, a poder ser, no mueran matando lo que, muy a su pesar, queda de nuestro maltrecho Estado del bienestar.