sábado, 12 de enero de 2013

El reto de la Socialdemocracia - Antonio Campos Romay

Antonio Campos Romay
El socialismo de Pablo Iglesias, a quien por cierto le seria difícil reconocer el partido que fundó en el bar Casa Labra en la calle Tetuán de Madrid hace casi 140 años, tiene una biografía compleja. Duros inicios, persecuciones, actos revolucionarios, exilio, éxitos electorales, gobierno en diversas ocasiones…Siempre transcendente en la historia democrática. Y con notoria capacidad de supervivencia. En sus momentos más críticos contó con el amparo solidario de los socialdemócratas europeos, que hoy andan muy debilitados. Lo refieren las estadísticas con los datos menos favorables desde los años cincuenta del pasado siglo. Lo que da una percepción de que estamos, no ante un escenario cíclico, sino ante un cuadro severo en el que sufre de lleno el rebufo de una crisis atípica, poliédrica, que azota a la ciudadanía en lo económico, lo político, lo social, lo ideológico afectando la credibilidad institucional y el valor de la política como mecanismo de convivencia.

La derecha, la clásica y la de nuevo cuño, cabalga cómoda sobre la crisis. Lo hace golpeando cruelmente a la sociedad desde la impunidad de tener enfrente una oposición desmoralizada y en estado catatónico. Menguada de  credibilidad o  ilusión para afrontar el tsunami que la golpea. Que reacciona  torpe y fatigada frente a la rudeza de unas medidas sádicas en lo social, que buscan lo inmediato a costa de desangrar a la ciudadanía y que aplica recetas cocinadas en los fogones de un capitalismo desalmado.

Se acrecienta un sectarismo ideológico que intenta aplastar lo que representa la cultura y el librepensamiento. Se maltrata todo lo que concita un debate liberado de dogmatismo. Se desprecia aquello que ponga en valor el respeto a la persona humana, al pensamiento crítico, al mundo del conocimiento y la investigación, a la discrepancia y, en definitiva, a la ampliación y el fortalecimiento de espacios de civilidad. Y se propicia que los sectores más extremos del conservadurismo impongan su preponderancia ideológica sobre su formación política en principio y por extensión en la sociedad. Algo para lo que cuentan con una frondosa trama de intereses privados y amplia cobertura mediática.

Para sus teóricos, los valores que florecieron desde el siglo XVIII, son apenas formalismo, y cada vez alcanzan más peso, no solo en España, sino en el territorio europeo. Partidarios  de soluciones no dialogadas, abanderados de la preeminencia del mercado y del choque de civilizaciones, en última instancia su fundamentalismo afecta también a la libertad de conciencia, principal patrimonio del ser humano.

Frente a ello la socialdemocracia tarda en reaccionar. Se aferra a una agotada política convencional sosteniendo unos actores que la ciudadanía ve ajenos a sus necesidades. La esclerosis del sistema erosiona la confianza en la capacidad de decisión de la ciudadanía. Hay temor al lema de Willy Brandt en 1969: “atrevámonos a más democracia”. A ello cabe añadir el escaso castigo a la corrupción y a la pervivencia impune de sujetos poco dignos recurrentes en los procesos electorales y en el pillaje del poder. La seria crisis de identidad que se diagnostica en la socialdemocracia asoma en las citas electorales donde sus opciones se difuminan ante plataformas más allá de la izquierda clásica integradas por indignados, ecologistas, nacionalistas, o plataformas cívicas. Es una encrucijada donde  la sociedad civil divorciada  de la vieja política, procura reunir lo que está disperso para unificar los frentes de lucha.  Es la repuesta a la incapacidad de la socialdemocracia  para recuperar el apoyo mayoritario de la sociedad. Galicia es un claro ejemplo.

La socialdemocracia viene obligada por su historia y su carga ideológica a articular una respuesta frente a la subordinación del poder público a los mercados financieros. Especialmente en unos momentos  en que la crisis económica ha afectado de forma profunda a la redistribución de la renta. Es indispensable su liderazgo para recuperar un clima de bienestar que concilie sostenibilidad y solidaridad en el marco de un proceso regulado, transparente y responsable. La socialdemocracia habrá de ser baluarte frente a una derecha que en su obcecación, ignora el sufrimiento causado  por un equilibrio fiscal que descansa solamente en un histérico ajuste del gasto. Y desde luego apartarse de las tentaciones que la desarmaron ideológicamente al compartir las recetas clásicas liberales como forma de salir de la crisis.


Su tarea es ser garante del concepto humanista y solidario de la convivencia y de la pervivencia de las prestaciones que definen los derechos de ciudadanía. Educación, sanidad, servicios sociales, dependencia, protección frente al desempleo, jubilación y amparo ante las turbulencias sociales. Esto es una parte sustancial del proceso de recuperación de la socialdemocracia y de su papel de eje articulador de la izquierda. Sus titubeos  para asumirlo se reflejan en el desplome de confianza que sufre. Y lo que es más grave, en la política como mecanismo.
 

No seria aventurado considerar el futuro de la socialdemocracia más cerca de de la marginalidad política, que de la recuperación como partido referente, si no abandona sus escarceos con los poderes económicos y recupera sus esencias y su relación con  la sociedad civil. La misma que hoy está sufriendo. PASOK, PSI, y PSP son botones de muestra. Un ejemplo a considerar seria la socialdemocracia holandesa cuya recuperación avanza de la mano de una profunda depuración interna.