No nos engañemos, lo esencial en las corridas de toros no es el arte que despliega el torero en el manejo de la capa o la muleta. No, no es eso. Lo que realmente atrae a los aficionados a la “fiesta” de los toros es el morbo que experimentan al contemplar, en vivo y en directo, al torero exponiéndose a la muerte, mientras tortura durante 20 minutos interminables a un toro herido. Esa es la cruel realidad. Todo lo demás es literatura. Es una falacia afirmar que la fiesta de los toros es la “noble lucha entre un toro y un hombre”, pues el torero cuenta siempre con otra persona cuya ayuda es decisiva: el “picador”. A lomos de un caballo y provisto de una vara (garrocha), con el extremo ensartado en una pieza de acero de 9 cm de largo (puya), con tres cuchillas afiladas, el picador arremete contra el toro, clavándole la puya en el “morrillo”, hasta dejar el animal con dificultades para embestir que es lo que se pretende. El picador, al clavar la puya también en los aledaños del morrillo, lesiona vértebras, médula espinal y nervios periféricos, con lo que incrementa, todavía más, los crueles dolores que el toro está experimentando. El sufrimiento del toro es muy intenso, pues tiene un sistema límbico análogo al nuestro y segrega idénticos neurotransmisores ante la sensación dolorosa. Por si esto fuera poco, a continuación el picador colabora al “esplendor de la
Fiesta” con dos muestras más de puro sadismo: el”sacacorchos” y el”mete-saca”. El “sacacorchos” consiste en imprimir a la garrocha un movimiento de rotación sobre su eje, para que la puya, clavada en el cuerpo del toro, gire con sus tres cuchillas afiladas y genere aún más dolor y más pérdida de sangre. La “fiesta de los toros” continúa con la maniobra llamada “mete-saca” más cruel, si cabe, que las anteriores, pues consiste en imprimir a la garrocha un movimiento de vaivén, con objeto de que la puya penetre aún más hondo en el cuerpo del toro, llegando a alcanzar más de 20 cm. de profundidad y con más de siete trayectorias distintas. Además, y por desgracia para el toro, alguna puya traspasa su pleura provocando neumotórax y la consiguiente insuficiencia respiratoria. Tras pasar por este sádico “tercio de varas” el toro ha perdido la fuerza y la bravura iniciales, por lo que no tiene deseos de embestir. Para lograr que lo haga, le clavan varios pares de “banderillas” cuyos arpones provocan un intensísimo dolor que no cesará hasta que reciba la estocada final, o el “descabello” o la “puntilla”, que pondrá fin a su cruel agonía. Visto todo lo que antecede, puede decirse, con toda certeza, que la palabra “compasión” no figura en el diccionario de la tauromaquia.
El artículo periodístico tiene sus limitaciones, pasemos por alto, pues, los rituales, rebosantes de “cultura “y de “tradición”, que tienen lugar en muchos pueblos de España el día de su fiesta mayor, Nos referimos, por ejemplo, al Torneo del Toro de la Vega (Tordesillas-Valladolid) en el que el toro es atacado por un grupo de lanceros a caballo y a pie que le clavan las lanzas hasta su muerte. Los “correbous”, que consisten en prender fuego a dos antorchas que se sujetan a los cuernos del toro, que además es apaleado y herido con pinchos, etc…. Hasta hace poco, en Manganeses de la Polvorosa (Zamora), todos los años, el día de la fiesta del pueblo, tiraban una cabra desde el campanario de la iglesia. Es una pena que se haya perdido esa tradición y ese valor cultural, que atesoraba la comarca.
La adicción a los espectáculos de tortura y muerte está enraizada en el “inconsciente colectivo”(valga la expresión de Carl G.Jung) de los humanos, desde los albores del “homo sapiens”. No hay que olvidar que procedemos del reino animal, y eso, se nota con mucha frecuencia... Cuanto más antiguo es el espectáculo, más cruel y sangriento se muestra. Todos estos, llamémosles, rituales (por no llamarles “salvajadas”, que suena feo), tienen un denominador común más o menos explícito: están envueltos en un sutil halo pseudo-religioso, (no en vano las corridas de toros tienen en origen componentes míticos) que se hace más patente cuando los aficionados nos cuentan sus vivencias emocionales al presenciar las “corridas de toros”. Sólo así, desde esa perspectiva pseudo-religiosa, se entiende que personas señeras en los ámbitos literarios, filosóficos, artísticos, etc. puedan verter en los medios de comunicación “perlas” de este tenor: “Tratar bien un toro de lidia consiste precisamente en lidiarlo”.(Fernando Savater, filósofo. ). Después de reconocer que “Nadie que no sea un obtuso o un fanático puede negar que la fiesta de los toros es un espectáculo impregnado de violencia y crueldad” (Mario Vargas Llosa), 8 años después, defendiendo a ultranza la celebración del las corridas de toros, dice: “Los aficionados amamos profundamente a los toros bravos”. El poeta Manuel Machado:”Antes que un tal poeta, mi deseo primero \ hubiera sido ser un buen banderillero”...
No hace falta recurrir a etólogos como Frans de Waal, Jane Goodall, Edward O.Wilson, etc. para ser conscientes de que los animales, “compañeros de sufrimientos” según el filósofo Ferrater Mora, son capaces de sentir dolor, alegría, celos, cariño hacia las personas, sufrimiento psicológico, etc., y también comportamientos éticos como altruismo y lealtad, aunque, en muchas ocasiones, no sean ni comprendidos ni correspondidos por los humanos. ¿Hasta cuándo las autoridades van a seguir permitiendo espectáculos de tortura, la que sea?