Era el sexto y último Consejo Europeo de un año duro, y se suponía que los Veintisiete tenían que fijar la hoja de ruta hacia “una genuina Unión Económica y Monetaria”, como rezaba el documento de referencia del presidente de la institución, Herman van Rompuy. Pero una vez más, después de que sus ministros lograran acordar el tipo de supervisor que tendrá la Unión Bancaria, los mandatarios aplazaron unas decisiones tan necesarias como importantes. Volverán sobre ellas en junio próximo, con ínfulas rebajadas por Alemania, sin que se esperen medidas concretas hasta 2014; como si el resto del mundo fuera a esperar a que Europa ponga su casa en orden. La eurozona ha hecho progresos en los últimos dos años, pero sigue en crisis, y la realidad no espera.
El calendario, el ritmo y el contenido de la construcción europea los fija casi únicamente Angela Merkel, supeditándolos a sus intereses electorales en el horizonte del otoño de 2013. Rechaza, en una posición que comparte con su opinión pública e incluso con la oposición socialdemócrata, todo lo que implique compartir más riesgos financieros con las economías europeas más débiles. No sería negativo que se fuera a una Europa como Alemania, pero sí a una Unión dominada por Berlín. El mal estado general de las grandes economías europeas, incluida una Francia ensimismada, juega a favor de Merkel, quien, todo hay que decirlo, tiene ideas claras.
De ahí que suprimiera de las conclusiones finales toda referencia a la idea de una capacidad fiscal para la eurozona, un fondo de solidaridad que permitiera paliar los choques asimétricos de las economías más débiles, lo que constituiría un embrión de presupuesto autónomo federal. Lo más que se ha logrado es abrir la posibilidad de ayudas limitadas a los Gobiernos que se comprometan con Bruselas a más reformas. No obstante, esta puede ser una semilla a desarrollar, como ayer lo entendió el presidente francés, François Hollande, del mismo modo que hace un año casi nadie hablaba de una unión bancaria. Pero para el futuro previsible, la Unión Económica y Monetaria seguirá coja, con lo necesario que sería para el crecimiento económico que se asentara sobre bases sólidas.
Como si vivieran en una cierta irrealidad, los Veintisiete, que por fin volvieron a abordar la política exterior y de seguridad, han encargado otro estudio para reforzar la industria de defensa europea. El proyecto más importante a estos efectos, la fusión de EADS con la británica BAE Systems, fracasó por falta de visión.
Los mandatarios parecen agotados. Varios de ellos insisten en que lo peor ha pasado. Es verdad que, a diferencia de un año atrás, la supervivencia del euro no está en cuestión, aunque tampoco está garantizada. “Ha sido un buen año”, según el presidente del Gobierno español. Aún quedan tiempos “muy duros y dolorosos”, ha preferido decir Merkel, a la que hay que agradecer que sea mucho más realista.