La sociedad asiste entre aturdida e indignada a la exposición las medidas más crueles que ha adoptado un gobierno democrático contra la clase media y los trabajadores. Un gobierno que en poco más de un semestre agotó gran parte del fuerte depósito de confianza recibido. Unos gobernantes sobre los que pesan como losas sus comportamientos en la oposición frente al Sr. Rodríguez Zapatero. Que acumula en apenas siete meses los errores y dislates que el leonés tardo siete años en sumar a su debe. Salvo que éste a diferencia de los actuales responsables, al menos alivió sus errores con su sincero interés por las políticas sociales y los derechos civiles. El presidente Rajoy, la Sra. de Cospedal y la hoy Vicepresidenta entre otros son paradigma de su incoherencia. La prima de riesgo y el coste de la financiación de la deuda son apenas uno de los muchos ejemplos. Por no citar las severas reprimendas a su actuación del BCE.
Quien acusaba de mentir al Sr. Rodríguez Zapatero, no ha dicho una sola cosa que mantenga su veracidad más allá de cuarenta y ocho horas. “El sablazo del mal gobernante” era frase preferida del Sr. Presidente para referirse al incremento del IVA por el anterior gobierno. El que no paraba de criticar la presencia exterior del anterior jefe del ejecutivo es hoy un caballero de la triste figura vagando fantasmal por el entorno europeo. Quien decía que iba a devolver a España al podio con solo salir a escena, hoy sin un guión creíble regatea el pozo de la 2º división europea. El gobierno popular deja por el camino presencias como la teníamos en el Consejo ejecutivo del BCE. Y todo esto, pasando por alto actitudes sórdidas como la del titular de la cartera de Hacienda, Sr. Montoro, feliz de la ruina de España con tal de hundir al ejecutivo socialista.
Una crisis financiera insaciable, auspiciada en Wall Street, e impulsada en estas tierras entre otras circunstancias por los comportamientos sin escrúpulos de bancos y cajas de ahorros de las que ni un solo dirigente se había enfrentado hasta el momento a la acción de la justicia. Esa que afirma el Sr. de Borbón es igual para todos. La malversación, las ganancias mal habidas, las prácticas corruptas campan inmunes pese al reproche social o las evidencias fehacientes. La impunidad se traduce en la visión de muchos de los auténticos culpables maniobrando sin la menor inquietud. Si acaso impartiendo doctrina para atajar sus desafueros a costa del bolsillo del contribuyente. Por vía de ejemplo, el imputado Sr. Rato conferenciante en tierras asturianas. Las tramas económicas tras las que se parapetan son tan poderosas que los gobiernos prefieren mirar hacia otro lado antes que enfrentárseles.
Pocos proponen alumbrar los rincones oscuros de las finanzas y los secretos bancarios inconfesables. A regañadientes hay peticiones con la boca pequeña. Las transacciones reñidas con la legalidad, ahormadas durante largo tiempo y con tantas complicidades, alcanzan tal dimensión que amenazan el poder y la legitimidad de una economía sometida a sospecha. Al rebufo de ello se propicia una desigualdad de ingresos sin precedentes que dinamita la cohesión social. El déficit presupuestario se desboca tanto por la incapacidad política y operativa de los gobiernos como por la ausencia de una fiscalidad justa. Casualmente siempre orientada al beneficio de los sectores más poderosas. Una reflexión de Nelson Mandela seria útil al Sr. Rajoy: "Una nación no debe juzgarse por cómo trata a sus ciudadanos en buena posición económica, sino por cómo trata a los que tienen poco o nada."
Machaconamente se adereza un porvenir de miseria. Se propone enajenar el valor de las pensiones al asociarlas a toda la vida laboral. Se tritura la función pública, colectivo fácil de vejar desde el más bajo populismo. Se devalúa la cobertura de desempleo con la falacia de que estimula la búsqueda de trabajo (en un mercado con cerca de seis millones de parados). Se penaliza a pensionistas y usuarios con el repago de una cobertura sanitaria que se deteriora día a día como todo el estado social del que habla la Constitución y que está siendo arrasado hasta los cimientos. Se rompe el acceso a la educación superior para los menos favorecidos con barreras económicas insalvables y se debilita intencionadamente la educación pública. Se dinamita el consumo y el poder adquisitivo con un suicida incremento del IVA en una nueva agresión indiscriminada a los sectores más frágiles o estratégicos como el turismo.
El ultraliberalismo más insolidario e incivil lleva al país a velocidad de crucero hacia el tercermundismo y las brechas sociales. Mientras, se dispone el saldo de los restos del patrimonio publico rentable. Castelao señala en “Sempre en Galicia”: “Los elementos de derecha sólo conciben una patria artificial, puesta al servicio de sus intereses”. Es la misma derecha que aplaude histérica en el Congreso el rosario de puñaladas sociales vestidas de recorte desgranadas por el Presidente del Gobierno. Un acto de indigencia moral que alcanza mayor relieve si cabe recordando las lagrimas de la ministra italiana de trabajo, Elsa Fornero en similar trance.