Como en Fuenteovejuna, la clase política española con alternancia de Gobierno, seguida y bien asistida por banqueros, jueces y medios de información, cierra filas para defender a su rey. Temen que el tinglado se les venga abajo y hayan de engrosar la lista de parados, con pérdida de sus privilegios.
No buscan resolver los problemas a los que se enfrenta la sociedad, sino perpetuarse en el poder sin opción real de cambio. No desean correr el riesgo de ser desplazados. Prefieren la indignidad.
El cúmulo de despropósitos que vienen sucediéndose desde que, en 1975, se cumplieron las previsiones franquistas con el ascenso al trono de Juan Carlos I, eran más o menos conocidos aunque férreamente ocultados. Los buenos ciudadanos ya saben ahora buena parte de los hechos históricos con protagonismo del rey: Juramento de fidelidad a las cortes franquistas; favorecedor del golpe militar del 23-f; visión guerracivilista y amedrentadora de la España actual, sin asomo de condena a la dictadura de Franco; amén de escándalos de todo tipo, económicos y familiares, que apestan por la podredumbre que entrañan.
Pretendidamente, todo esto queda reducido a la nada ante la declaración, calculadamente sencilla, de la excusa por conducta inapropiada. El rey se disculpa y todo vuelve a la normalidad anterior.
Pero no es la monarquía desvergonzada o el borboneo incesante, lo que produce más intranquilidad, sino la reacción unánime de los cortesanos ante un gesto de confesionario, que por lo visto exonera la indignidad de la corona.
Resulta que PP y PSOE lo sabían todo del rey y con antelación suficiente, pero nada hicieron para apercibir y controlar la conducta Real. Connivencia, complacencia o complicidad con el soberano.
No quieren reconocer que estamos ante una cuestión de Estado, y sin embargo están dispuestos a declarar la guerra a Argentina para defender los intereses de YPF.
Franco no habrá vuelto, pero han quedado los franquistas o sus métodos.