Isidoro Gracia Plaza |
Es una definición de aceptación casi universal
que: es responsable aquel que responde por sus actos, asume las consecuencias y
aprende de ellas. Incluso en las reuniones de motivación, que las
multinacionales utilizan para la formación de sus cuadros dirigentes, se
insiste que la clave del éxito de cualquier empresa es la actitud de
responsabilizarse de los resultados de nuestras acciones.
Como valorar pues a
unos dirigentes de unos países que toman sus decisiones porque se las exigen
desde países ajenos, aunque poderosos, y entes, solo aparentemente impersonales,
como los mercados, con intereses contrapuestos a los de los conciudadanos que
prometieron defender y que cuando afrontan los resultados de esas decisiones (más
paro, más desigualdad, menos riqueza), esos se justifican en la herencia
recibida de sus antecesores (España), o en la excesiva presencia de socios
menesterosos (Alemania), el peso de minorías religiosas (Francia, Holanda,
Austria), o las exigencias de los compromisos, adquiridos voluntariamente, con
entres supranacionales (Finlandia, Italia).
Para ser los
creadores de la realidad que deseamos para nosotros, nuestros conciudadanos,
socios y sobre todo para nuestros sucesores, es imprescindible colocarse en una
situación de poder real, que solo puede venir cuando nos responsabilizamos de
lo que resulta de nuestras decisiones, mucho más si queremos pasar por líderes
políticos o sociales.
La consecuencia de
asumir que decisiones y resultados vienen impuestos por cuestiones completamente
ajenas, e incluso absolutamente contrarias, a los compromisos adquiridos
durante las campañas electorales, compromisos adquiridos voluntariamente para ganar
el poder de forma democrática, es asumir que se deja al país y a los ciudadanos
a merced de las circunstancias, porqué se está imposibilitado para hacer algo
para superarlas, lo que resulta inadmisible
en un dirigente, en Europa incluida España abundan hoy los ejemplos de líderes
que no pasan de “presuntos”.
Quiero decir con
ello que aquellos ante quienes tienen que rendir cuentas, esos presuntos
líderes, los ciudadanos, estemos libres de culpa. La idea de asumir la responsabilidad por las
consecuencias de nuestras acciones, en especial de nuestros voto, no es muy
popular, actualmente es frecuente encontrar personas que se sienten más cómodas
entregando su poder a otros al negarse a aceptar su responsabilidad.
Así pues necesitamos dirigentes responsables, los
de hoy parecen no querer asumir ese papel, pero también necesitamos ejercer
nuestra responsabilidad todos y cada uno de nosotros, y para ello no es
suficiente con pedir a otros (incluidos
partidos y sindicatos) que nos indiquen los caminos, sino tomar nuestras
decisiones y actuar en consecuencia, asumiendo lo que de ellas se derive.