Atrás quedan, salvo excepciones, las escenas que de niños veíamos sobre África. El continente negro está despertando a pasos agigantados y los europeos que sólo la tenemos a 14 kilómetros ni nos enteramos, otros sí.
África es ya un continente con un enorme potencial económico que algunos están descubriendo, pero los europeos le damos la espalda; no así los chinos que literalmente están comprando el continente. África posee una población que supera los 1.000 millones de habitantes y en la última década su PIB ha crecido el doble que la media del mundo occidental, si bien es cierto que su posición de partida es muy inferior. Su PIB total, que es de 1,26 billones de euros, supera al de India o Rusia y se espera en la próxima década crecimientos superiores al 6% anual. El consumo se incrementa a un ritmo dos veces superior al de los países que forman la OCDE y todo indica que África está saliendo del letargo.
Los africanos empiezan a tener acceso a bienes de consumo que hace sólo unos años eran impensables y los productos chinos se ajustan al todavía escaso poder adquisitivo de la mayoría de los africanos, especialmente los derivados del plástico y el textil. Se están empezando a construir infraestructuras de comunicación y el acceso a internet empieza a ser ya una realidad en algunos lugares. Parece que hay futuro.
Pero el futuro sólo existirá si existen sólidas y democráticas instituciones políticas nacionales y supranacionales. En el norte, la primavera árabe parece hacer brotar incipientes luces de democracia, al menos en algún grado. En Senegal, en el occidente, por ejemplo, estos días se están produciendo protestas de tinte pre-democrático después de que el Consejo Constitucional validase la candidatura del presidente Wade a las elecciones generales del próximo 26 de febrero, e inhabilitase la del cantante Youssou Ndour y otros dos candidatos independientes. Las manifestaciones rechazan la candidatura de Wade, de 85 años de edad y que aspira a un tercer mandato consecutivo, considerado por la oposición inconstitucional. El pueblo está en la calle y grita democracia.
En cuanto a la construcción de una organización supranacional estamos asistiendo al cuarto intento en los últimos 55 años. Los intentos previos de unir políticamente al continente como la Unión de Estados Africanos creada por Kwame Nkrumah en 1958, o la Organización para la Unidad Africana de 1963, o la Comunidad Económica Africana fundada en 1981 han sido un rotundo fracaso. El cuarto proyecto es la Unión Africana, de clara inspiración europea, que pretende incrementar la integración económica y política, así como reforzar la cooperación entre sus estados miembros. La organización nació a partir de la Declaración de Sirte en la ciudad homónima de Libia el 9 de septiembre de 1999, a la que siguieron una serie de cumbres en Lomé en el año 2000, donde se redactó el acta constitutiva de la U.A., en la que se hacía un llamamiento a la diáspora africana a implicarse activamente en el desarrollo de la Unión, o la celebrada en Lusaka en el año 2001, donde se aprobó el plan para la instauración de la Unión.
El camino que queda es largo y precisa de la ayuda internacional, política y económica. Sin la primera no habrá forma de derrocar las todavía salvajes dictaduras que perviven en el hermoso continente africano, pero sin la segunda no habrá desarrollo y crecimiento sostenido. Son imprescindibles también instituciones económicas que permitan a consumidores, empresas y estados acceder a la financiación y generar inversión, so pena que sean terceros países, como ocurre en la actualidad, quienes no sólo financien sino exploten para su propio beneficio las ingentes materias primas de que goza el continente.
Europa no puede ni debe permanecer al margen del desarrollo político y económico de África, aunque sólo sea por las posibilidades que ofrece un mercado potencial casi tan grande como el chino, pero a sólo 14 kilómetros de distancia.