Un silente Rajoy cae torpemente en la trampa del micrófono abierto, y ríe en Europa la gracia de vaticinar una huelga general como respuesta a las políticas de austeridad que preconiza desde hace tiempo.
Cada ministro va desgranando lo que el presidente calla, y como los apocalípticos siervos de Satanás, se apresuran a destruir los derechos sociales en la tierra hispana.
Todo ello con la complacencia de esos señores de ridícula indumentaria y métodos inquisitoriales que han saludado, como buena noticia, la irrupción en las aulas del catecismo del P. Astete en sustitución de Educación para la Ciudadanía. Wert, ínclito ministro de educación a quien debemos la idea, también asoma el plumero racista al atribuir el fracaso escolar en Ceuta y Melilla a la avalancha marroquí.
Gallardón es un ser aparente, como lo era Fraga. Parece y no es. Siempre tiene un guiño progresista para ocultar el cacumen cavernícola. Erigido en desatascador de juzgados, promueve a los notarios para celebrar bodas, divorcios y quien sabe si entierros. Toda una acción progresista en el camino del laicismo que ejercita en la intimidad, pues elimina de estos menesteres a los sotanosaurios, al tiempo que engorda las arcas notariales con cargo a las parejas.
Advertencia: como no le gustan los matrimonios homosexuales, algo hará para remediar esa infamante y antinatural coyunda.
Su incursión en el aborto le hace retroceder al pasado, si bien advierte que no meterá en la cárcel a las que lo realicen (respiren). Sin ese elemento coactivo, no le queda otra que sacar de la sanidad pública la prestación y cerrar las clínicas privadas, volviendo al tradicional turismo interruptor de embarazos.
Como en tiempos pasados, el pueblo gritará: vivan las cadenas, viva la inquisición. O a lo mejor no, y se organiza un poyo de armas tomar. ¡Ay la España de Machado!