José Luis Gómez |
El don Manuel de Galicia (1990-2005) que dejó atrás al Fraga Iribarne de la dictadura de Franco, a la que sirvió como ministro y embajador, no llegó a ser un nacionalista gallego, ni siquiera moderado, pero tampoco fue un jacobino o un autonomista descafeinado. Digamos que tuvo sus propias ideas, la más conocida de todas 'su' administración única, con la que propuso que sólo una administración pueda ejercer cada competencia.
Fue un político atípico y cuando habló del modelo de Estado, a menudo se le escuchó más en Madrid o en Barcelona que en Galicia. Era, sin duda, otro buen termómetro de su salud como catedrático de Derecho Político y como presidente de la Xunta, partiendo de que se mantuvo dentro de la Constitución, con su habitual lealtad al Estado --el mismo que dicen que le cabía en la cabeza-- y a la Carta Magna, de la que fue redactor cualificado.
En su recta final en la política, Fraga no sólo hizo una sucesión, la suya, sino que escribió cómo hacer una reforma constitucional sin incurrir en otro proceso constituyente. Tuvo ideas propias para el Senado, la Conferencia de Presidentes, las relaciones con Bruselas... y se sintió libre. A sus 89 años, se nos fue un político controvertido, capaz de servir a la dictadura y a la democracia, y uno de los gallegos más influyentes del siglo XX.