miércoles, 4 de enero de 2012

D. MIGUEL DE UNAMUNO SETENTA Y CINCO AÑOS DESPUÉS

Miguel de Unamuno y Jugo
Es menos malo agitarse en la duda que descansar en el error, afirma dice el poeta italiano Alessandro Manzoni. Unamuno no quiso descansar en el error y a punto estuvo de costarle la vida.  Será el  Paraninfo de la Universidad de Salamanca donde un  12 de octubre de 1936, el mar de dudas que atosiga la conciencia de D. Miguel de Unamuno desde  el apoyo dado por el en los inicios del alzamiento al bando autocalificado “nacional” y a lo que quizás no fuere ajeno el hecho de estar en la zona dominada por estos, se desborda. El detonante es un feroz duelo dialéctico entre la inteligencia y la brutalidad, el amor a la vida y el culto a la muerte. Unamuno y el general Millán Astray. La gloria alcanzada en los campos del saber frentes a la gloria alcanzada en los campos ensangrentados...

Era la celebración del Día la Raza, y tras diversos discursos al uso cargados de tópicos sobre la anti España, un Unamuno  indignado y superado por lo que estaba escuchando tomó la palabra, algo que no tenía previsto:

…Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo hice otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. (... ) Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión. Se ha hablado también de catalanes y vascos, llamándolos anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaros la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis...".

Es el momento en que el general legionario absolutamente descompuesto  rodeado de su escolta que le presentaba armas reclamó hablar a gritos destemplados mientra alguien gritaba... ¡Viva la muerte!".  El general con voz  ronca atronó la sala…  “¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña, son dos cánceres en el cuerpo de la nación! ¡El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando en la carne viva y sana como un frío bisturí!”. Se excitación fue tal que no pudo seguir el alegato mientras era coreado un  ¡Viva España! por algunos de los presentes que daría  paso a un silencio sepulcral con muchas miradas de temor hacia la enjuta figura de Unamuno..

Aquel anciano y marchito profesor no se amilanó y continuó su intervención:

“Acabo de oír el necrófilo e insensato grito, “Viva la muerte”. Y yo, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Un mutilado que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo como se multiplican los mutilados a su alrededor.”

Nuevamente le interrumpe un crispado, Millán Astray que  vocifera: “¡Abajo la inteligencia!” ¡Viva la muerte!”, que recibe la clamorosa aclamación de los falangistas presentes. En una lamentable intervención que le retrata y presuntamente con voluntad de calmar los ánimos, tercia  Peman: “¡No! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!”.  Impertérrito D. Miguel de Unamuno continuó: “Este es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaréis algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.”

En medio de la tensión insoportable del momento Doña Carmen Polo, esposa del general Franco, le dice a Unamuno: "Cojase de mi brazo” El viejo filosofo y ya a punto de ser ex - rector de Salamanca  sale del lugar junto al obispo de la diócesis, Don Enrique Pla y Deniel, y es acompañado hasta su casa por ambos para prevenir males mayores. Despojado de todos sus honores permanecería prácticamente en prisión domiciliaria hasta su fallecimiento el 31 de diciembre de 1936.

Nacido en Bilbao en  1864 cursó filosofía y letras en Madrid. Con un larga residencia en Salamanca fue rector durante muchos años de la misma hasta que opuesto a la dictadura de Primo de Rivera fue confinado a Fuerteventura desde donde huye a Francia. La Republica en 1931 le devuelve la cátedra y el rectorado donde permanece hasta el comienzo de la guerra civil. Fue uno de los últimos y más brillantes representantes de la generación del 98. En el dramático verano de 1936 hace un llamamiento a los intelectuales europeos para que apoyen a los sublevados, declarando que representaban la defensa de la civilización occidental y de la tradición cristiana. El historiador García de Cortazar subraya que tal intervención causó zozobra y consternación en el mundo intelectual. El presidente de la Republica Sr. Azaña lo destituye, pero los franquistas le reponen de nuevo en el cargo. Sin embargo, su entusiasmo por los facciosos pronto se torna en decepción. Singularmente tras la extremada dureza de la represión practicada en Salamanca que se cobra la vida de numerosos amigos suyos y algunos de sus alumnos más queridos.

Unamuno fue siempre una figura polémica Apasionada y apasionante. De extremosidad y permanente inquietud. Pero siempre colmada de notable valentía y coraje. Siempre cargada de áspera veracidad. Era un  espíritu hondamente religioso, arraigado en el catolicismo, pero fuera de la ortodoxia. Un permanente inconforme y disidente de todos los bandos. Y pese a todo, lleno de fe en España, en la libertad y en el valor de la palabra y la inteligencia.

Poco antes de morir en noviembre de 1936 escribiría, “La barbarie es unánime. Es el régimen de terror por las dos partes. España está asustada de sí misma, horrorizada. Ha brotado la lepra católica y anticatólica. Aúllan y piden sangre los hunos y los hotros. Y aquí está mi pobre España, se está desangrando, arruinando, envenenando y entonteciendo...”
Cuando fallece escribe Don Antonio Machado, “Señalemos hoy que Unamuno ha muerto repentinamente, como el que muere en la guerra. ¿Contra quién? Quizá contra sí mismo”. Ortega y Gasset, afirma  “su muerte deja una era de atroz silencio y un hueco irreemplazable en la vida española”.