sábado, 24 de agosto de 2013

Reflexión sobre el integrismo religioso - Isidoro Gracia


Y no, no me estoy refiriendo al integrismo islámico, ni siquiera al cristiano, que llevó a un infausto presidente de USA a poner en guerra a media humanidad, después de “hablar con su Dios” (juro, perdón, prometo, que no lo invento, él lo confesó en público), sino a diversos integrismos mucho más laicos.

Por ejemplo: el ecológico, que suele olvidar que el hombre, como especie, forma parte del medioambiente que dicen defender. Dicen ser “absolutamente” partidarios de las energías renovables, pero se oponen “absolutamente” a todo intento de hacer viable técnicamente el parque de generación eólica mediante el uso de pantanos de bombeo. Dicen ser partidarios del desmantelamiento de las centrales nucleares, pero se oponen virulentamente a la creación del almacén de residuos (que existen y existirán sí o sí) que haría posible ese desmantelamiento.


O, el feminismo llevado al nivel de religión. Conozco un caso en que una organización “feminista” recomendaba, a alguna de las personas que acudían en busca de apoyo, que provocaran a sus parejas para, una vez creada una situación violenta, llamar a la policía y tener testimonios que favorecieran sus posteriores reclamaciones, lo del combate social a la violencia de género era, en ese caso, un mero instrumento muy secundario. Una experiencia personal puede documentar que ese tipo de actitud ha calado en personas al menos aparentemente cultas y racionales. En un acto “Por la Igualdad”, promovido por asociaciones con cierto prestigio social, intentaron, literalmente, echarme de las primeras filas por ser varón, al parecer mi público apoyo a esa igualdad, no servía para perdonarme el pecado original de no ser hembra.


No necesitamos profundizar mucho para llegar al ejemplo del siguiente “opio del pueblo”: Muchos nacionalismos, no digo todos porque no los conozco todos. En todos los casos que conozco, el ideario ha creado unos hechos históricos que contradiciendo la evidencia, incluso la actual, ponen en valor señas de identidad solo propias de los que pertenecen a la tribu propia, valga la redundancia, descartados por la ciencia genética rasgos como el RH, el aspecto físico o el color de la piel (esto no significa que se abandonen esas argumentaciones) se acude a la lengua, que solo debe ser instrumento de comunicación, e inevitablemente la mera casualidad, nacer en un territorio ó que los ancestros hayan nacido en él siempre, insisto siempre, es un hecho casual. En todos los casos que conozco, siempre existe un estado vecino, normalmente próximo, que oprime y esquilma la riqueza generada en el territorio propio. Para analizar lo racional de la tesis del esquilme tomemos la tozuda realidad de lo que nos es más cercano. Teniendo en cuenta los recursos propios en petróleo, pesca, uranio, litio, aluminio, etc. ¿existe un solo europeo que no base su bienestar físico en lo que esquilmamos, eso sí bastante civilizadamente, a árabes, resto de africanos, sudamericanos, etc.? Creo que el discurso nacionalista del Estado ajeno opresor se sostiene muy precariamente y solo desde la ignorancia, o el olvido, de la propia historia y realidad actual.


Hay temas  en los que distintas posiciones integristas coinciden. Tomemos de ejemplo un par de temas de actualidad en Galicia. La exploración y explotación de recursos mineros es, en el caso de las tierras raras y en palabras de un experto: “… ya no se trata solamente de una cuestión de precios de  materias primas  sino de la propia supervivencia de importantes sectores tecnológicos y  de  futuro”. Pues bien Galicia al parecer dispone de importantes reservas de estos materiales, pero según el discurso nacionalista, hay que oponerse porque se intentan expoliar estos recursos por empresas extranjeras, lo que es verdad; pero lo lógico no es oponerse a que Galicia, España y Europa se industrialicen transformando y elaborando “in situ” todo lo que de esos recurso deriva, que se hiciera por empresas locales o que al menos, sino, si no somos capaces de ello, dejar que otros nos ayuden, obligando a que la explotación sea cuidadosa y lleve aparejada la obligación de transformar en la zona la materia prima. Coincide el discurso nacionalista con el ecologista que se opone porqué la industrialización daña los valores paisajísticos y medioambientales. No me resisto a comentar un tema polémico, ENCE. Después de visitar en Suecia una papelera instalada en las afueras de una ciudad descubrí: 1º que era posible su funcionamiento sin graves molestias, y 2º que se podían generar recursos que permitían regenerar el entorno. Yo me confieso partidario que ENCE complete el proceso de fabricación hasta el producto final y condicionar su continuidad en la concesión a que parte de los recursos generados se dediquen a corregir los daños que la mala historia anterior ha producido. Yo quiero una Galicia con empleos industriales y que sus recursos forestales, los más importantes de España, se transformen añadiendo valor si tener que exportarlos en bruto.