Isidoro Gracia |
Fue uno de los próceres del capitalismo, Ford, el que fijó el punto de equilibrio del sistema: se tenían que producir coches lo suficientemente accesibles para que sus propios trabajadores los adquirieran con su salario. Ese punto de equilibrio ha sido ampliamente superado, la espiral de endeudamiento, que se resuelve endeudándose más, ha llegado al punto en que casi nadie, ni individuo ni estado, puede pagar. La mercancía producida, la mayor parte solo financiera y mucha otra superflua no puede colocarse, por lo que los acumuladores y detentadores de riqueza ya no consiguen los beneficios que ellos mismos de marcan. Por ello se acude a esquilmar al ciudadano restándole en sus ingresos directos (salario y derechos laborales) en su retribución social (educación, sanidad, servicios sociales) e incluso en su capacidad de autogobierno (calidad democrática).
El sistema de producción al que sustituyó en capitalismo colapsó cuando las apetencias de la clase dominante, la aristocracia, la llevaron a presionar tanto a sus siervos, sobre todo campesinos, que estos de rebelaron contra esa presión insoportable.
Cuando hasta algunos de los gobernantes más genuinamente conservadores aceptan establecer una tasa a las transacciones financieras (acuerdo de 11 países de la UE), comienzan el discurso de combatir los paraísos fiscales (últimas reuniones del G8 y del G20) y en la ONU hay Comisiones y Conferencias que declaran: “los alimentos han de ser declarados bien público y su precio fijado por negociaciones entre países productores y países consumidores”, es posible que estén detectando que el sistema ya no aguanta más.
Queda saber por cuánto tiempo podrán parar, o ralentizar, el proceso las grandes corporaciones multinacionales, instrumento principal de especuladores y acumuladores, y cuando los dirigentes dejaran de poder canalizar la indignación de sus administrados.