Somos el escudo de un gobierno insensible e inhumano, que deja de lado al débil y protege al poderoso.
El número de españoles en situación límite crece sin parar: sin trabajo ni desempleo, desahuciados sin techo, enfermos sin curar. Su número es tan elevado que se cuenta por millones.
Esa población no cuenta y se abandona a su desgraciada suerte. De entre la famélica legión destaca por su dramatismo el desahuciado por deudas insuperables. Hoy no se priva de libertad por esta causa, solo se le quita la vida.
A los muertos por desesperación se les injuria como reos de suicidio, en tanto los delincuentes que les empujan a la fatal decisión, no se les denigra por cometer un delito de lesa humanidad.
Los causantes miserables de que otros lo hayan perdido todo, hasta la esperanza, cuentan con un escudo que protege su indignidad, permitiendo tal estado de cosas.
Toda la sociedad es culpable de cubrir y resguardar al indigno: los que no salen a ocupar calles y plazas con su protesta; los que desprecian la miseria y a los miserables, y los que dicen cumplir la ley. La complacencia de estos que se proclaman servidores del orden establecido, es complicidad: Legisladores de leyes injustas; jueces que ejecutan la maldad con su equipo de desalojo (comisión judicial, policía, cerrajero); medios de comunicación e iglesias silentes.
Si tuviésemos conciencia y nos sometiéramos a ella, nos importaría poco que nos acusaran de desacato o desobediencia, y sabríamos afrontar las represalias. En estado de necesidad no se comete delito por incumplir el mandato o la ley.
Con la solidaridad de todos ¿Quien quedaría para impedirlo?