Vicenç Navarro |
El 15 de junio de 1977, en las primeras elecciones democráticas después de Franco, socialistas, comunistas y catalanistas republicanos sumaron el 70% de los votos. El presidente Suárez convocó a Josep Tarradellas, presidente de la Generalitat en el exilio, y le ofreció la autonomía de Catalunya a cambio de liderar una coalición política que respetara los límites previstos al desarrollo democrático y social por las élites que guiaron la Transición. En esta ocasión, a diferencia de la anterior, las siglas de izquierda sí entraron en el pacto.
¿No resulta pavorosamente actual? En un momento en que se dan las condiciones para una revuelta social (que ya ha empezado) en defensa de los derechos humanos básicos (que están destruyendo las elites económicas y políticas), se desata la discusión sobre la independencia de Catalunya y resulta que quienes ocupan mayoritariamente la dialéctica son los nacionalistas catalanes de derechas y los nacionalistas españoles (siempre de derechas). Me declaro absolutamente a favor del derecho a la autodeterminación de todos los pueblos y el derecho a celebrar un referendo sobre la independencia en Catalunya. Pero, si no hay un proyecto de transformación social detrás del espíritu independentista, ¿tan diferente será para un catalán dejar de ser explotado por españoles para seguir siendo explotado por otros catalanes? Alguien de ERC dijo en las últimas autonómicas: “Antes catalán que de izquierdas”. ¿Seguro?