Así resulta que órganos democráticos como los parlamentos español y
gallego se ven obligados a aplicar medidas impuestas por altas
magistraturas europeas faltas de legitimidad democrática y que actúan
como una correa de transmisión de la oligarquía económica. Las medidas
anti-populares no son impuestas directamente por el mandarinato europeo
sino por los organismos democráticos españoles, forzados a dar la cara
en vez de magistraturas europeas e internacionales y poderes
oligárquicos que se mantienen en un cómodo segundo plano. De esta manera
llegamos al resultado perverso de que son los organismos de
representación democrática los que acaban desprestigiados y con ellos
resulta dañada la misma idea de democracia. Seguramente en los últimos
tiempos todos hemos oído ya alguna vez en la calle algún comentario que
parece invocar el viejo concepto del “cirujano de hierro”, recurrir a un
tipo cinvestido con poderes extraordinarios para curar los males de la
patria, un síntoma peligrosísimo y un fantasma que debemos exorcizar.
Sin embargo debemos felicitarnos de que aun quedan límites que no se
han traspasado, en concreto el límite de los derechos humanos que aun
hoy vienen siendo respetados por las instituciones. Hasta cierto punto,
objetará más de uno, pues cada vez hay voces más descaradas cuestionando
derechos fundamentales como el de manifestación y reunión.
A
mi entender la solución a la situación actual no pasa ni por el
“cirujano de hierro” ni por una democracia directa que, si bien en
principio parece buena idea, al final es una idea difusa sobre la que no
se hacen propuestas de aplicación concretas y viables. Considero que la
situación pasa por una afirmación del principio democrático, a falta de
mejores modelos aplicado mediante un sistema de representación, por más
que pueda ser corregido facilitando mecanismos de participación
popular. Para ello hay que deshacerse de las ataduras que hacen de
nuestro sistema más un sistema de democracia formal que una democracia
en el pleno sentido del término ¿Qué reformas serían necesarias? Quizá
lo ideal sería una plena democratización de las instituciones europeas,
depositar más poderes en el Parlamento Europeo, eliminar la Comisión
Europea, crear un poder ejecutivo de la Unión Europea controlado
democráticamente, o bien sometido al Parlamento o elegido directamente
por los ciudadanos como en ultramar, y por supuesto someter a control
democrático al Banco Central Europeo. Sin unas instituciones europeas
auténticamente democráticas, estas podrán ir adoptando decisiones más o
menos acertadas pero siempre tendrán una marcada tendencia a meter a los
pueblos de la Unión Europea en diversos berenjenales.
¿Y si
las altas magistraturas europeas no se dejan democratizar? ¿Y si el
resto de los estados europeos no tienen interés en transformar el
mandarinato europeo en un sistema de instituciones democráticas? Si
realmente somos demócratas no deberíamos plantearnos transigir a la
imposición de un marco no democrático y deberíamos plantear respuestas
desde la firme defensa de los principios democráticos, no reconocer
legitimidades distintas a la democrática, aunque eso lleve a alejarnos
del esquema institucional europeo. Como inventar soluciones novedosas no
solo es bastante complicado si no que suele ser innecesario, e igual
que en su momento la referencia del modelo democrático europeo fue una
valiosísima ayuda para el desarrollo de la democracia española,
deberíamos observar con atención si hay experiencias democratizadotas y
de emancipación nacional que nos puedan servir de referencia. Las hay.
Por suerte para España tenemos una identidad colectiva mixta, europeos
pero también parte de la comunidad iberoamericana, y allende los mares
en la última década ha habido importantes cambios políticos que han
liberado buena parte de las repúblicas latinoamericanas de estructuras
de poder lesivas para el carácter democrático de sus sociedades. Las
crisis latinoamericanas de los años 80 y 90 son en lo sustancial
idénticas a la que ahora padecemos en España y, buenas noticias, las
superaron. Las superaron no acatando las soluciones que les planteaban
desde el FMI y demás organismos internacionales, guardianes del status
quo económico, si no revelándose contra las mismas con toda la
legitimidad de tener el respaldo de sus pueblos, medidas que no fueron
fáciles de tomar, que no estuvieron libres de una fuerte oposición de
los poderes oligárquicos internacionales e internos y que tuvieron sus
costes, pero que fueron necesarias para superar la crisis y poner de
nuevo a funcionar sus economías reales.
Las medidas que tomaron son aun
un tabú en el sistema de pensamiento único neo-liberal que aun padecemos
en Europa: nacionalizaciones, ruptura de la paridad peso-dólar (que
sería equivalente a una salida del euro), intervención pública en la
economía…. pero ya ha llegado el momento de tener en cuenta las
experiencias latinoamericanas de salida de la crisis y de recuperación
de la democracia.