lunes, 10 de septiembre de 2012

El "problema catalán" / El "problema europeo" - Isidoro Gracia

Isidoro Gracia
Y de pronto, en medio de de la tempestad llamada crisis, de nuevo, al confundido ciudadano de a pie se le plantea la necesidad de afrontar demandas varias que llegan desde un gobierno de una Cataluña, que disfruta de su contrastada mayor capacidad histórica de autogobierno, so pena de irse del proyecto España, si no se atienden de la forma y manera que ese gobierno desea. Coinciden en el tiempo con demandas y altas exigencias que desde gobiernos y organismos con capacidad de mando (que no de autoridad) de lugares diversos de un espacio llamado Unión Europea, que indican que, si no se atienden, convertirán lo que hasta ahora ha sido fuente de solidaridad y apoyo en fuente de subordinación y castigo.

Ortega y Gasset, con motivo del debate del primer Estatuto de Cataluña ya reflexionó sobre el tema y llego a algunas conclusiones interesantes y aún hoy aplicables: reconozcamos que hay de sobra catalanes que, en efecto, quieren vivir aparte de España. Ellos son los que nos presentan el problema; ellos constituyen el llamado problema catalán, del cual yo he dicho que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar. Supongamos, que se concediera a Cataluña absoluta, íntegramente, cuanto los más exacerbados postulan. ¿Habríamos resuelto el problema? En manera alguna; habríamos dejado entonces plenamente satisfecha a Cataluña, pero ipso facto habríamos dejado plenamente, mortalmente insatisfecho al resto del país. El problema renacería de sí mismo, con signo inverso, pero con una cuantía, con una violencia incalculablemente mayor; con una extensión y un impulso tales, que probablemente acabaría llevándose por delante el régimen.


La fórmula de conllevarse, como única solución realista, también es de aplicación como respuesta  a los problemas planteados desde gobiernos, teóricamente socios y amigos, como el alemán, el finlandés o el holandés, empeñados en imponer sus propias fórmulas. Hay que recordar que la historia de Europa ha sido, hasta hace bien poco, la de las guerras de unos europeos contra sus vecinos, con ánimo de convertir a las otras naciones en entes subordinados. De una Europa que pierde el mando en el mundo, que ejerció hasta bien avanzado el siglo XX, por su propia decadencia fruto de esas guerras, de las que la segunda guerra mundial es el ejemplo de donde pueden llegar los excesos de los distintos nacionalismos. El que la imposición se intente mediante el uso de la fuerza militar, o mediante el uso de fórmulas económicas, al final puede quedar en cuestión de matices, por importantes que sean esos matices, dando así pábulo e impulso a la reacción, que se deriva de forma casi natural del nacionalismo francés, austriaco, finlandés, italiano, holandés, sueco, griego, etc., ya expresados en procesos electorales, y, porqué no del español o el alemán hoy más subsumidos en el sistema.


Para que las soluciones propuestas por el mismo Ortega, en su Meditación de Europa,  eviten la decadencia total de Europa en el mundo, es necesario que los hoy más afortunados ciudadanos del norte también conlleven y respeten las soluciones y opiniones de los que hoy somos algo menos afortunados, en el sur del mismo espacio geográfico.