Vicenç Navarro |
Uno de los argumentos más utilizados
para no aumentar los impuestos de las personas con mayores rentas es que
tales impuestos desincentivan el ahorro y la inversión productiva de
tal ahorro, una inversión productiva que crea empleo. Este argumento se
reproduce constantemente, una y otra vez, en la mayoría de medios de
información y persuasión del país, subrayando que no hay que penalizar a
los productores de riqueza y puestos de trabajo.
El problema con este
argumento es que, por mucho que se repita, no tiene evidencia que lo
avale. Un estudio reciente de una empresa de análisis de mercados
(Market Watch) analizó recientemente qué hacen los súper ricos con su
dinero (“Where the Rich are Keeping their Money”). Y aunque no es fácil
encontrar esta información, algo sí que se pudo ver. Pues bien, la
enorme cantidad de dinero que tienen los súper ricos no se invierte en
lo que se llama economía productiva, es decir, donde se producen puestos
de trabajo. El 90% estaba en compra y venta de propiedad inmobiliaria,
en bonos del Estado, en cuentas personales y en otras actividades de uso
personal o actividad especulativa. Sólo un 1% se invertía en el
establecimiento de nuevas empresas que produjeran empleo. Otros estudios
han llegado a conclusiones semejantes. En la encuesta Mendelsohn
Affluent Survey alcanza un porcentaje sólo ligeramente superior, un 2%.
En realidad, en un sorprendente momento de franqueza del medio más
cercano al mundo financiero, el Wall Street Journal, indicó que el gran
impacto positivo para las rentas superiores que supuso el gran recorte
de impuestos para los súper ricos que aprobó la administración Bush
“condujo al peor periodo de creación de empleo en la reciente historia
del país” (citado en “Three Big Lies of the Super-Rich”, de Paul
Buchheit).
De estos datos debería
deducirse que una mejor manera de crear empleo hubiera sido gravar a
los súper ricos y con este dinero el Estado debería crear puestos de
trabajo, propuesta que, a pesar de ser razonable y justa, nunca se verá
en los medios de mayor información y persuasión del país que transmiten
la imagen de que hay que mimar a los súper ricos para que no se vayan a
otros lugares.
¿Hay que estimular la aparición de grandes empresarios?
Otro argumento que también
se reproduce constantemente en la cultura neoliberal, ampliamente
dominante en los medios de información y persuasión de mayor difusión,
es la necesidad de estimular la creatividad individual empresarial,
enfatizando la gran importancia que tal esfuerzo individual ha tenido en
el progreso de un país. Constantemente se cita a grandes emprendedores,
como Bill Gates, para señalar la importancia de tal creatividad
empresarial individual. Paul Buchheit señala, sin embargo, que la
historia real difiere considerablemente de la imagen idealizada de tal
emprendedor. Bill Gates adaptó con gran oportunismo el conocimiento
generado por muchos ingenieros que le precedieron, copiando a otros
expertos, sin que estos otros nombres aparecieran en su biografía. Lo
que se considera un acto individual fue una producción de conocimiento
colectivo, que en otro tipo de sociedad se hubiera reconocido y
presentado como un esfuerzo de equipo y no cómo personal. La historia
del mundo empresarial está llena casos como éste. Lo que se presenta
como una iniciativa individual empresarial está basado en un esfuerzo
colectivo, utilizado, manipulado (y a veces explotado) sólo por un
individuo cuyo conocimiento deriva y/o está expropiado de otros.
Buchheit también se refiere al caso del supuesto inventor del teléfono,
Alexander Graham Bell, quien recibe todos los honores, cuando muchas
otras personas habían contribuido y sabían como establecer el teléfono,
pero no tenían el dinero para poder patentarlo antes que Bell.
La falsedad del concepto de capitalismo popular
Otro argumento que se ha estado
promoviendo en defensa del sistema económico actual es que hoy estamos
viviendo en la época del capitalismo popular, como consecuencia de que
la mayoría de la ciudadanía tiene acciones en la Bolsa. En este
argumento se asume que todo el mundo sigue con gran interés los vaivenes
de la Bolsa, porque les afecta personalmente. Cuando la Bolsa se
dispara se nos dice que todos nos beneficiamos.
De nuevo, la evidencia
cuestiona tal argumento. La propiedad de las acciones está enormemente
concentrada. Así, por ejemplo, en EEUU, sólo el 10% de propietarios de
acciones tiene más del 80% de todas ellas. La gran mayoría de
accionistas tiene un número muy menor de acciones. Es más, los grandes
cambios de la Bolsa afectan primordialmente al 5% de los accionistas que
ganan más de 500.000 euros al año. Al resto, tales variaciones les
afectan mucho menos. Y últimamente, los cambios fiscales han beneficiado
enormemente a estos grupos minoritarios. En general, pagan en impuestos
sólo el 15% de su renta derivada de la propiedad de las acciones, lo
cual ha facilitado que en sólo seis años (2001-2007) doblaran sus
ingresos. Mientras, el trabajador promedio (que cobra 34.500 dólares al
año) paga en impuestos un 32%. Una consecuencia de este hecho es que las
desigualdades de renta se han disparado.
¿Son los súper ricos los mejores?
Todo ello lleva a otro argumento que los
neoliberales sostienen: que aquellos que están en las cúspides
superiores de poder –los súper ricos- están ahí porque son mejores que
los demás. El mérito es lo que les ha llevado a donde están (ver mi
artículo “El fin de la mal llamada meritocracia”, publicado en El
Plural, 28.07.12, y colgado en mi blog www.vnavarro.org). Pues bien, l a
evidencia no avala tal postura. En realidad, la evidencia científica
muestra que los súper ricos son gente menos ética, menos solidaria y
menos considerada hacia otras personas, y más inclinada a sostener
comportamientos incívicos que la mayoría de la ciudadanía. En lugar de
la imagen que se promueve, de que las élites tienen mayor calidad y
valor humano, la evidencia muestra claramente lo contrario.
En un artículo en
Scientific American, Daisy Grewal cita los trabajos de dos psicólogos,
Paul Piff y Dacher Keltner, que muestran que los súper ricos muestran
comportamientos menos solidarios, menos compasivos, más egoístas y más
propensos a saltarse las normas y reglas que las clases populares. Las
clases populares han desarrollado unas culturas de solidaridad que se
encuentran ausentes entre las élites ricas y súper ricas (Daisy Grewal,
“How Wealth Reduces Compassion”, Scientific American, 10.04.12).
Una conclusión
semejante se ha publicado por la Asociación para la Psicología
Científica (Press Release, 08.02.12) en la que señala la cultura
egocéntrica existente entre las personas de rentas superiores y su menor
capacidad emotiva hacia otras personas con necesidad de apoyo o
solidaridad. La famosa frase de “nobleza obliga”, simplificando que los
de arriba sienten la necesidad de cuidar de los otros no existe ya (en
caso de que hubiera existido). Es cierto que personas muy ricas dan
mecenazgo, pero son siempre las excepciones. A resultados parecidos han
llegado estudiosos de la cultura empresarial, como la famosa Bloomberg
Newsletter. Así, tal revista publica los hallazgos del citado Paul Piff,
de la Universidad de California, publicados también en la Academia de
Ciencias de EEUU, que muestra como los ricos y súper ricos obedecen
menos las leyes de tráfico y las normas de conducta aprobadas por la
sociedad, son más egoístas y piensan menos en otras personas, son menos
capaces de expresar solidaridad o compasión y se saltan otros tipos de
leyes con mayor frecuencia. Por cierto, tales comportamientos poco
solidarios aparecen también con mayor frecuencia entre estudiantes de
Economía y Empresariales en EEUU, los cuales indican que el egoísmo y
egocentrismo son atributos favorables para la eficiencia económica,
observación que ha motivado una demanda de cursos de ética y
comportamiento cívico en las facultades de Economía. Sería interesante
que estudios y análisis de esta naturaleza se hicieran también en
España, pero hasta ahora no se han hecho. Teniendo en cuenta el enorme
fraude fiscal de los súper ricos y su continua oposición a reformas que
facilitaran el bienestar social de la ciudadanía y muy en especial de
las clases populares, es casi seguro que los súper ricos españoles están
entre los menos solidarios y más incívicos entre los súper ricos de los
países semejantes por el nivel de desarrollo económico a España.