Rodrigo de Rato y Figaredo |
Rodrigo Rato tuvo que escuchar por boca de su antiguo subordinado y del resto de presidentes, con quienes ya había emparentado al frente de BFA-Bankia, cómo su breve carrera de banquero había acabado. El nombre de su sustituto estaba ya incluso decidido, después de que José Ignacio Goirigolzarri, exconsejero delegado de BBVA, hubiera aceptado el reto y quedado libre de sus compromisos. Aun así, el exvicepresidente del Gobierno pidió 48 horas de plazo. Tenía el fin de semana para digerir la sentencia dictada por Luis de Guindos y al mismo tiempo tratar de dar una nueva forma al plan de viabilidad que sólo unas semanas antes había aprobado el Banco de España.
Los siguientes dos días fueron un continuo ir y venir de llamadas entre Rato y su reducido equipo de colaboradores. El presidente de BFA-Bankia estaba dispuesto a tragar con la llegada de Goirigolzarri como número dos del grupo, pero él quería seguir al frente, convencido de que la parte más dura del saneamiento ya se ha llevado a cabo. A pesar de los intentos, la prórroga fue sólo una cortesía. La decisión era firme y así se lo comunicó el propio De Guindos al sacrificado a última hora del domingo. No había posibilidad de hacer compatible el rescate y su continuidad como máximo responsable.
Ayer lunes por la mañana, Rodrigo Rato comprobó cómo las últimas 72 horas no habían sido un mal sueño. La información filtrada desde el propio Ministerio de Economía a algunos medios de comunicación sobre los planes del Gobierno para sanear Bankia dejaba a la entidad expuesta al pasto de las especulaciones sobre su viabilidad y sometida al castigo de los inversores en bolsa. No había marcha atrás posible. Lo único posible era minimizar el daño a la imagen personal y vestir de la manera más honrosa posible la dimisión del presidente de BFA-Bankia, que se fue presentando a su propio sucesor y recordando su servicio al frente del proyecto de fusión de siete cajas.
El presidente del Gobierno había dado el visto bueno al plan de Luis de Guindos. Nadie más dentro del Ejecutivo estaba al corriente, ni siquiera de los detalles que Mariano Rajoy dejó caer en la entrevista radiofónica que concedió a Onda Cero a primera hora del lunes, donde reconoció que, a pesar de no ser partidario, habría dinero público para sanear el sistema financiero en caso de que fuera necesario. BFA-Bankia era el centro de la diana. Sólo unas horas después, Economía cifró en 7.000 millones de euros la inyección de capital que recibiría el grupo financiero en formato de convertibles contingentes. Era el anuncio del principio de la inminente nacionalización.
Diferencias con Economía desde la llegada del PP.
Rato bregó sin éxito en su última aparición pública el pasado jueves. El expolítico y ya exbanquero asistió a la cita paralela que hubo en Barcelona en torno a la reunión del consejo de gobierno del BCE. Allí ejerció todavía como presidente de Bankia. Más aún, regresó de la ciudad condal, donde coincidió con Rajoy, convencido de que su condición de máximo responsable del grupo financiero estaba a salvo, a pesar del pulso abierto que durante las últimas dos semanas venía librando con Luis de Guindos. Sin embargo, la urgencia ministerial por resolver la inconclusa reforma del sistema financiero y despejar las dudas sobre su viabilidad quebró cualquier opción de seguir adelante.
Esta vez, a diferencia de su paso por el FMI, no hubo espantá. Ha salido a la fuerza. Formalmente, Rato informó ayer lunes de su dimisión, pero en realidad estaba tomando la puerta de salida que le habían señalado antes desde el Gobierno. Mariano Rajoy había comprado los argumentos de su ministro de Economía y, por lo tanto, así tenía que ser. Pesaba casi tanto por igual la presión de la prima de riesgo, vinculada a la sombra de Bankia, como el riesgo político de que el nuevo paquete de medidas, con dinero público de por medio, fuera destinado para salvar una entidad dirigida por uno de los suyos, todo un pata negra, ministro y vicepresidente todopoderoso de la era Aznar.
De puertas afuera, los fieles de Rato, sus amigos personales, han vendido la renuncia como un gesto de caballerosidad: "Se va sin hacer ruido". Acepta el sacrificio como miembro que es del clan popular, a pesar de que habría deseado otro trato en lugar del abrazo del oso ejecutado por el ministro De Guindos, con quien chocó desde sus primeros días en Economía. Y es que aunque salvó la primera bola de partido con el amago de fusión preparado con La Caixa, proyecto que no pasó del mero cortejo, el político madrileño ha tenido que sucumbir al segundo gran envite. De nada sirvieron los esfuerzos del pasado. El miedo a que el problema fuera aún más grande pesó más que el apellido.
Fuente: El Confidencial.-Economia y Empresas