Andrés Velasco |
Cuando algunos economistas hablaban de pánico y crisis de confianza, se refieren a la suya propia. Los fondos de rescate y de los Eurobonos fueron una invitación al riesgo moral. Inyectar dinero en el problema resultó ser innecesario. El problema de Europa es una vieja usanza: gastar demasiado. Ahora que los tecnócratas han sustituido a los populistas en los gobiernos mediterráneos de la zona euro, la austeridad fiscal sostenida nos sacará del apuro.
Suena bien, ¿verdad? Pero tan solo, si fuera cierto. Para ver cómo este relato está equivocado, ¿cabria imaginar la Europa de hoy sin la gran arma de los préstamos baratos por tres años del Banco Central Europeo a los bancos comerciales del continente? No es necesario que sea usted un convencido de la tesis keynesiana para conjeturar que el riesgo/país de Europa del sur se mantendría por las nubes, y que hablar de incumplimiento estaría al cabo de la calle.
Esta masiva intervención del Banco Central era necesaria porque una crisis de confianza se apoderó de gran parte de la zona euro, con los bonos del gobierno y los bancos en el lado perdedor ante un ataque especulativo a cámara lenta.
La lógica relevante, es el núcleo de la macroeconomía moderna. Precisamente el tipo de pensamiento que los líderes europeos han hecho caso omiso bajo su propio riesgo. Un país con una gran deuda pública (por ejemplo, más del 50% del PIB) es seguro si todo el mundo piensa que la deuda será atendida, la tasa de interés de la deuda sigue siendo baja, y el país realmente puede pagar, siguiendo un camino de cumplimiento escrupuloso de las expectativas.
Pero todo cambia si los mercados llegan a dudar de que la deuda se pagará, y que a continuación, la tasa de interés exigida por los inversores puede subir tan alto que el país no pueda asumirla. El pánico que sucede a causa del incumplimiento genera el “default”, la suspensión de pagos...
Si el mercado de bonos de un país está a punto de pasar de ejemplar a la dinámica de incumplimiento, sólo hay una solución. Los fans de las armas de fuego se refieren a ella como la “gran bazooka”, los seguidores de Colin Powell, abogan por la implementación de “una fuerza abrumadora” los marineros usan el dicho “atarse al mástil”. Pero, en última instancia, todo se reduce a lo mismo: tener suficiente dinero en la mano para que nadie puede dudar, ni siquiera por un segundo, que la deuda será pagada.
Si los líderes europeos se hubiesen aplicado a fomentar un fondo de rescate dotado con una fuerza abrumadora financiera a principios de 2010, Europa y el mundo se habrían ahorrado dos años de agonía. En el final, fue el BCE quien llenó el vacío, anegando los bancos de la eurozona con liquidez para asegurarse de que todos los que compraron bonos del gobierno se sientan seguros… y algo más.
De esta forma los ataques especulativos fueron detenidos, al menos temporalmente (aunque los diferenciales de tasas de interés en España y en otros lugares han comenzado a dispararse otra vez). Esa fue la primera tarea. Pero queda una segunda, y aquí los guardianes de la austeridad vuelven a encontrarse con pronlemas de nuevo.
Con una deuda pública pequeña, un país no puede ser víctima de una ejecución de la deuda. Aquí es donde Grecia, Portugal, Italia y Bélgica se diferencian de Canadá, Noruega, Singapur y Chile. En el pasado, algunos países europeos gastaron demasiado y demasiado poco gravados, y están pagando por ello hoy en día. Para evitar una repetición de los últimos dos años, deben reducir su deuda pública de forma espectacular. La cuestión es cómo. En Grecia, la condonación de la deuda aparenta ser la única respuesta. Alguno lo ha logrado en parte, pero hay más casos.
Para el resto de Europa, la austeridad inicial masiva del tipo propuesto por la canciller alemán, Angela Merkel - y apoyado por la ortodoxia alemana - no va a tolerar el truco.
España es un ejemplo de ello. El gasto se ha reducido y aumentado los impuestos. Un nuevo gobierno conservador ha reafirmado el compromiso de España con la austeridad. Sin embargo, los objetivos de déficit siguen contenerse... La brecha fiscal llegó a la friolera de 8,5% del PIB en 2011, y, después de mucho regatear con Bruselas, el objetivo se ha restablecido en el 5,3% del PIB para este año. Con una producción plana o descendente, la relación deuda-PIB seguirá aumentando.
La clave de la solución está en la declaración de San Agustín: “Concédeme castidad y continencia, pero todavía no”. Un pacto fiscal como el que se aprobó recientemente es útil para anclar las expectativas de futuros ajustes, pero solo si el nuevo sistema es lo suficientemente flexible para ser políticamente creíble.
Por adelantado el gradualismo debe ser el nombre del juego. Y el ajuste debe estar ligado a una estrategia de crecimiento. Los ingresos se incrementaran de manera constante sólo si la base imponible - esto es, la economía - crece. Y el crecimiento requiere una mayor inversión pública en infraestructura y capital humano.
Los guardianes de la ortodoxia no lo van a presentar como una estrategia de crecimiento. ¿Quién lo hará?
*Andrés Velasco fue ministro de Hacienda de Chile desde 2006 hasta 2010, recibiendo una elogiosa consideración por sus políticas innovadoras. Se le sitúa en la vanguardia de la transformación económica de América Latina tanto en el plano académico como en el de formulador de políticas. Encabezó la delegación chilena en las negociaciones en el TLCAN en la década de 1990, y ha sido consultor para el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, y varios gobiernos de América Latina. En la actualidad es miembro del Centro para el Desarrollo Internacional en la Universidad de Harvard.