La actuación en la zona de las euro-economías como Grecia, Portugal, España e Italia no se puede frenar el camino de regreso al crecimiento. Exigir de ellas una rígida austeridad como precio de la ayuda europea, deriva en la prolongación y profundización de sus recesiones. Ha hecho que sus deudas sean más comprometidas y más complejo el pago de las mismas. Esto no es un tema de debate filosófico. Los números son el fiel reflejo.
Tal como en “The New York Times” Landon Thomas Jr., informó esta semana, Portugal ha cumplido con todas las exigencias de la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional. Se han recortado los salarios y las pensiones, se redujo el gasto público y los impuestos recaudados. Estas medidas han profundizado la recesión, lo que hace que disminuya la capacidad de pagar sus deudas .Cuando se recibió un rescate en mayo pasado, la proporción de la deuda de Portugal en relación al producto interno bruto fue de 107 %. Para el próximo año, se espera que aumente a 118%. Esta relación continuará aumentando mientras la economía siga contrayéndose. Esto es, en si mismo, la definición de un círculo vicioso.
Mientras tanto, la contracción de la demanda y los temores de un colapso contagioso son un efecto que sigue empujando a más países europeos hacia la zona de peligrosa de la deuda insostenible.
¿Por qué los líderes de Europa están tan decididos a negar la realidad? La canciller alemana Angela Merkel y el presidente Nicolas Sarkozy de Francia, en particular, parecen incapaces de admitir que están en una senda incorrecta. Siguen cautivados por la idea ilógica, pero seductora que cada país puede emular el modelo de Alemania, impulsado por las exportaciones, sin décadas de inversión pública y los tipos de cambio artificialmente bajos, que han sido cruciales para el éxito de Alemania.
La señora Merkel también parece decidida a complacer ante todo los prejuicios de los votantes alemanes que creen que el sufrimiento es la única manera de purgar Grecia y otros países del sur de Europa de sus formas relajadas. No hay duda de que Grecia se ha comportado inexcusablemente, gastando más de lo que podía permitirse, en su ineptitud y dejación en el cobro de impuestos a algunos de sus ciudadanos más ricos y en la manipulación de su contabilidad. Y al mismo tiempo que nos solidarizamos con las protestas griegas contra la austeridad excesiva, no tenemos paciencia con los políticos que siguen arrastrando sus pies sobre las reformas pro-crecimiento y las privatizaciones. Pero la cura no es ni un castigo colectivo, ni la recesión inducida. Europa debe estar dispuesta a ayudar a Grecia a crecer fuera de sus problemas, a condición de que los políticos griegos, finalmente se comprometan a las reformas que se demandan desde el mercado.
Bajo la fuerte presión de los inversionistas internacionales, los líderes de la zona euro han ajustado recientemente algunas de sus políticas. El Banco Central Europeo ha inyectado una liquidez muy necesaria en el sistema bancario del continente. Los planes están finalmente en condiciones de agregar dinero a una Infra-financiación crónica en forma de un fondo europeo de rescate de la Unión. Pero hasta que no se abandone la creencia errónea de que la austeridad es la forma de alivio de la deuda, incluso estas medidas no serán suficientes.
Con un país, Grecia que está acercándose rápidamente al día (probablemente el mes próximo) en que no pueda ya pagar los salarios del gobierno y de los acreedores extranjeros, Europa todavía no ha liberado el dinero requerido del rescate. No está claro si la señora Merkel y el señor Sarkozy y otros están jugando de farol con Atenas o piensan que podrían soportar una Grecia en quiebra y fuera de la zona euro. Los riesgos son enormes.
Como mínimo, una quiebra griega podría enviar réplicas perjudiciales ondulantes través de las finanzas del gobierno y los bancos de toda Europa. El ideal y la práctica de una Europa unida sufrirían un duro golpe. Esos son los altos precios que toda Europa tendría que pagar por aferrarse a una idea fallida.
Editorial publicada el 17- 2- 2012 en “THE NEW YORK TIMES”