La Fraternidad, enseñada como principio filosófico en las escuelas de los estoicos de Grecia y Roma, cundió en hermandades y cofradías que hicieron suyo el término. Es un valor genuinamente republicano. Forma parte de la trilogía Libertad, Igualdad, Fraternidad, legada a la humanidad por la Revolución Francesa, el Enciclopedismo y el Librepensamiento. Puede ser entendida como un vínculo cuasi familiar, pero por su dimensión es valor que en abrazo cálido envuelve a todos los miembros del género humano.
Es árbol frondoso cuyos frutos son la paz, la solidaridad, la amistad, y que florece en una equidad que reclama un reparto ecuánime de recursos y riquezas al servicio del género humano. Convierte a los ciudadanos en amigos y a los amigos en hermanos. Es un principio motriz que invita a restablecer la justicia cada vez que el interés general se ve atacado por el particular y mecanismo necesario para enfrentar la codicia de los defensores de lo inicuo. Es comprensión, diálogo y entendimiento. Una sociedad consciente, que aspire a ser sostenible, ha de ser fraterna. Hallamos su huella en la honradez, en la mirada de los humildes, en la razón de los justos, en la convicción de los generosos de espíritu, y en el vínculo desinteresado de la amistad.
Es un valor que difícilmente veremos en esos “ejecutivos” que con avidez e impunidad acarrean por decenas millones euros, miles de millones de pesetas. Expoliando en ello un caudal producto del sacrificado ahorro de impositores. De la angustia de empresarios desesperados que afrontan penosamente prestamos a intereses desproporcionados, rayanos en la usura, especialmente cuando se produce un descubierto en cuenta. De emprendedores ahogados en sus ilusiones. De particulares sometidos a la espada de Damocles de ser arrojados de una vivienda consumida por una hipoteca que como el virus de la inmunodeficiencia los acosara toda una vida. Del FROB, ese paradójico invento que con dinero público socorre selectivo un sector, el financiero, con menoscabo de otros que estarían encantados de tan amoroso gesto. Se contribuye con ello a encubrir inmoralidad, corrupción e ineptitud gestora. Pero no se acota la voracidad y el latrocinio en forma de impúdicos salarios blindados e inmorales jubilaciones. El dinero público se queda remansado en menesteres privativos sin capitalizar el sistema crediticio y productivo e incentivar el consumo. En paralelo es conocido que más de mil millones de euros, 160.000 millones de pesetas se han aplicado en préstamos a interés ridículo a “directivos y consejeros”. Una escalofriante cantidad que por vía de ejemplo, podría dotar a unas 10.000 familias de viviendas modestas.
Entidades con quimérica vitola social, en las antípodas de la filosofía franciscana que las inspiró en la Italia del siglo XV. Que ven su volumen de negocio y solvencia caer en picado mientras los ingresos de las “elites” que las “administran” crecen de forma inverosímil en un país que se ahoga a fuer de apretarse el cinturón. Gentuza sin el menor asomo de decoro. Que ignoran que lo que las leyes no prohíben, puede prohibirlo la honestidad. Comportamientos que pasado un tiempo, nos seguirá asombrando su recuerdo. Tanto como que ante tal estado de cosas, una minima honestidad merezca ser calificada casi ejemplar.
Tiempos de gentes con síndrome de Diógenes frente al dinero. Siniestra cleptocracia a la que habría que recordarle la reflexión de Francis Bacon hace cuatro siglos, “el dinero es como el estiércol: no es bueno a no ser que se esparza”. Prosperan sujetos como el encargado de vigilar el interés común en una parcela tan delicada como el manejo del ahorro y el crédito desde el Banco de España. O los políticos que “representan” a la sociedad en estas instituciones desde todo el abanico de opciones. Los y las presidentas que en cada autonomía ignoran sus obligaciones. Cómplices por acción u omisión en amparar la impunidad del fuerte pisoteando con discursos farisaicos y su catalogo de recortes a los más débiles. Los mismos que sin el menor recato, con rostro de cemento, se subirán a un atril para volver a pedir el voto mientras mangonean los núcleos de poder de los partidos políticos desde ese centralismo democrático escandaloso que ampara el sistema electoral.
¿Y la fraternidad? La contestación de tales sujetos seria del mismo tenor que la que sobre la libertad le dio Lenin en 1920 a D. Fernando de los Ríos, en su viaje a la URSS al frente de una representación socialista previendo la posibilidad de afiliarse a la Internacional Comunista: Fraternidad… ¿para qué?