miércoles, 17 de abril de 2013

Contraducción y dudas - Isidoro Gracia

Isidoro Gracia
He creído y creo en un proyecto Europa, como sociedad del bienestar y como sostenía Ortega y Gasset garantía de paz y libertad, y ahora me encuentro con una mayoría de gobiernos europeos dedicados a exprimir a la inmensa mayor parte de sus ciudadanos en beneficio de unos pocos, muy pocos. Especialmente unos dirigentes alemanes (no solo la Sra. Merkel) que al tiempo que expresan un discurso aparentemente pro-europeísta, aprovechan la crisis para obtener, por medios económicos, una preponderancia que intentaron obtener, y no consiguieron, por medio de la violencia en otras ocasiones. Mi duda se dirige al límite donde se situaría la difícilmente evitable pérdida de coherencia y solidaridad, para llegar al terreno en que la violencia entre clases y entre pueblos desató, durante siglos, los conflictos. La contradicción está en que algunos idearios, que me sirvieron de guía en el difícil camino de la práctica democrática, al hacer sus dirigentes mangas y capirotes de los intereses de la mayoría de los ciudadanos, me despiertan sentimientos ácratas, de difícil autocontrol.

He creído y creo en un proyecto España, dentro de Europa, en el que la solidaridad y el respeto entre todos los que habitamos en sus territorios habíamos conseguido una fórmula política, casi mágica, para de mutuo acuerdo descentralizar poder y, sin privilegios, atender administrativa y políticamente a los conciudadanos más próximos, aunque en vez de federal la fórmula se llamara autonómica, por aquello de no herir sensibilidades. Ahora me encuentro que algunos de aquellos a los que les ha ido mejor para autogobernarse en temas esenciales y básicos, quieren pagar la factura de sus errores obteniendo privilegios sobre los que habitan en otros territorios. La duda: hasta donde están dispuestos a llegar, ya que yo apoyaría llegar siempre un paso más allá en defensa de la cohesión y mantenimiento del proyecto. La contradicción llegaría si, siendo yo defensor de la actual legalidad, se me planteará el hecho de que los rupturistas la transgredieran.


He creído y creo en eso que se ha dado en llamar derechos individuales compatibles con derechos sociales, y por tanto colectivos. Eso ha funcionado razonablemente equilibrado hasta la profundización de una crisis que nos ha llevado a una situación en el que el derecho individual de propiedad, se ha situado por encima de la negociación colectiva en la empresa, sin más límite que la voluntad del dueño. Con muy pocos limites, por encima del derecho a la salud o la educación, transformando la sanidad y la enseñanza en negocio. Sin ningún límite en el derecho a una vivienda digna, y en este caso en puridad no existe un dueño, ya que quien detenta la propiedad es un ente financiero cuya única voluntad siempre es la de acumular. La duda: hasta donde puede aguantar un ciudadano del siglo XXI en el camino de retorno al XVIII y a la servidumbre. La contradicción, siendo consciente que es la relación de fuerzas entre clases la que está marcando la trayectoria, porqué seguir defendiendo la aplicación de una legalidad que se muestra tan injusta, o, siendo partidario de que los hijos salgan libres de pecados originales de los padres, porqué no poner en el mismo plano a los hijos de los políticos y banqueros presionados, que los que son hijos o familiares de los desahuciados.