De vez en cuando escuchamos en boca de diferentes personajes, como invitación al optimismo, que saldremos de la crisis. Y es cierto, sin duda saldremos de la crisis, la cuestión es si saldremos de ella como país desarrollado o como país subdesarrollado porque, tal y como van las cosas, cuando el PIB vuelva a crecer y los indicadores económicos den signos favorables, podemos encontrarnos con ese país que crece es un país arrasado con grandes masas de población depauperadas y excluidas de ese crecimiento, una sociedad con enormes desigualdades sociales y grandes bolsas de marginalidad abocadas a la desesperanza, o sea, que crezcamos económicamente al modo de Angola o Guatemala.
Es que puede que esta crisis no sea realmente una crisis, un proceso son entrada y salida tras el cual las cosas volverán a ser más o menos como antes, si no que puede ser un cambio irreversible en la situación económica y social del Estado Español, la conversión de un país industrial y desarrollado en un país subdesarrollado.
Parece haber un consenso general en que la crisis económica empezó en 2008 con el doble golpe de la crisis de los créditos subprime y el estallido de las burbujas inmobiliarias, incluida la española. Sin embargo cabe otra interpretación que situaría el inicio de la crisis bastante antes e identificaría la variante española de la crisis como un fenómeno de desindustrialización y pérdida de capacidad productiva a largo plazo. Los efectos combinados de la convergencia económica con la Unión Europea, las “reconversiones” industriales, la incorporación a un euro fuerte, la privatización de sectores económicos básicos, el debilitamiento del mercado interno por la moderación salarial, los bajos aranceles que favorecen a las exportaciones de maquinaria alemana y a las importaciones de productos de consumo asiáticos, fueron dejando fuera de juego a la industria española que precisamente destacaba en producir una tipología de productos (textil, calzado, juguetes, etc.) que fueron masivamente sustituidos por productos de importación.
Sin embargo parecía que esa pérdida de fuerza industrial era intrascendente pues la reducción de actividad económica que supuso fue compensada y enmascarada por la actividad derivada de la burbuja inmobiliaria. Ahora todos sabemos que la burbuja no era una fuente de riqueza sostenible, que era pan para ayer y hambre para hoy, pero en aquellos tiempos de burbujeante apariencia de prosperidad no faltaban análisis de que nos habíamos convertido en una sociedad post-industrial en la que ya no era tan necesaria esa antigualla de la industria y que estábamos en un nuevo paradigma económico en el que una economía volcada en el sector terciario era tan saludable como una economía industrial, ya no era necesario producir. El devenir histórico ha demostrado que tales argumentos eran meros sofismas, no sabemos si simplemente equivocados o si tendenciosamente sesgados. La economía española era como una gruesa viga de madera que parecía robusta y hermosa. Un día rompió y descubrimos que por dentro estaba totalmente carcomida.
También es cierto que ya antes del 2008, en plena burbuja, ya había ciertas disfunciones que presagiaban la crisis, ciertos fenómenos emergentes de malestar social que desde la actual perspectiva pueden verse como avanzadillas de la crisis generalizada por venir. Acordémonos de la dificultad de los jóvenes para acceder a la vivienda, el “mileurismo”, el sub-empleo y desempleo de muchos jóvenes licenciados, la creciente precariedad laboral de los jóvenes con generalización de los contratos temporales... “problemillas” que se veían como secundarios cuando no como enojosas quejas de aguafiestas, que no alteraban la visión generalmente aceptada de que vivíamos tiempos de prosperidad. Sin embargo hoy podemos ver esos fenómenos como precedentes de la crisis, en los tiempos de prosperidad inmobiliaria ya había grupos sociales, ajenos al negocio del ladrillo, que habían empezado a vivir fenómenos que hoy se han extendido a oros segmentos sociales y que ahora se consideran característicos de la crisis. Podríamos decir que muchos españoles, en general jóvenes, ya vivían antes del 2008 una situación que podríamos llamar de pre-crisis.
Ahora el debate político sobre la crisis económica parece ser si la austeridad es buena y es mala, pero parece un debate insuficiente porque no responde a la gran pregunta ¿En que vamos a trabajar los españoles dentro de cinco, diez o quince años? Si seguimos el camino de las medidas señaladas desde esta Unión Europea dominada por el eje Berlín - Frankfurt, medidas que parece que tienen mucho más en cuenta los intereses de otros que los de los españoles, todo indica que las actividades económicas reservadas para España son el turismo, la producción de ciertos productos agropecuarios que al norte de Europa le interese que le suministremos y la actividad de alguna que otra maquila que se podrá instalar una vez las condiciones laborales del sur de Europa queden equiparadas a las chinas. El problema es que para ese panorama económico podrían sobrar como treinta millones de españoles, no parece una opción que desde España podamos aceptar, por más que en Galicia ya parezca que nos hemos adelantado al problema con nuestra fuerte tendencia al suicidio demográfico.
Las autoridades españolas mantienen una pasividad escalofriante, como animalitos del bosque deslumbrados por los faros de un coche y que se quedan paralizados mientras el vehículo se les viene encima. Parecen incapaces de reaccionar ante las circunstancias y entregan el país dócilmente a lo que la ciega dinámica del mercado y los intereses financieros y las no tan ciegas estrategias geopolíticas de países septentrionales tengan a bien disponer. Someten a España a reglas hechas para beneficiar a otros, aceptan que España sea lo que otros quieran que seamos, renunciando a nuestros propios fines colectivos. Quizá sea que han perdido la costumbre de hacer política económica en estos años de cómoda cesión de competencias económicas a la Unión Europea, pero los partidos políticos españoles deberían hacer memoria, recordar que en otros tiempos si que dirigían la política económica, recuperar capacidades, conocimientos y habilidades de comprensión y acción política con las que tener algo que decir ante la Troika, exigir, mejor si es en unión de los otros estados de la Europa greco-latina, acciones que proporcionen un futuro económico viable para España, y si tales medidas no nos son graciosamente concedidas no resignarse, si no adoptar las iniciativas que sean necesarias para poner la economía española de nuevo en funcionamiento, en producción.
Señoras y señores representantes políticos miembros del Partido Popular, que en los últimos años han hecho ejercicio de memoria recuperando algunos comportamientos y actitudes de sus predecesores ideológicos pre-constitucionales. Recuerden que en aquellos tiempos también había instrumentos de política económica como los llamados “planes de desarrollo”, que funcionaron bastante bien (por lo menos mejor que el suicida laissez faire actual) para recuperar la actividad industrial de un país destrozado por la guerra. Seguramente ya no quedará vivo ningún funcionario de los que diseñaban y gestionaban los planes de desarrollo, puede que en España ya no sepamos hacer esas cosas pero, rebuscando por archivos polvorientos de los ministerios seguramente aparezca documentación de aquellos planes de desarrollo con la que volver a aprender como se reindustrializa un país. Es algo que ya se ha hecho.
Señoras y señores representantes políticos pertenecientes a partidos de izquierda ¿No les da vergüenza asumir las instrucciones de los mercados y los oligopolios como si fueran insoslayables leyes de la naturaleza? ¿Los años de relativo bienestar han acabado con la combatividad y la capacidad de construir otras realidades que tenía la izquierda? Recuerden como la socialdemocracia se enfrentó a los problemas de una Europa destruida por la guerra metiendo las manos del estado hasta los codos en la economía, aprendan de como las izquierdas latinoamericanas están rehaciendo sus sociedades sin amilanarse ante la contrariedad de las oligarquías, recuerden incluso (¡que caramba!) como la Unión Soviética fue destruida en dos guerras pero fue reconstruida por el comunismo en sendas ocasiones, recuerden que no es necesario tener el amor de la banca para gobernar.
Si las autoridades españolas no saben, no quieren o no se atreven a molestar a los poderes financieros domésticos e internacionales, el Estado Español parece abocado al subdesarrollo. O se adoptan políticas económicas reindustrializadoras que proporcionen un futuro a los españoles, para que al menos en España se produzca tanto como se consume, o solo nos queda potenciar un poco la enseñanza de idiomas para que nuestros hijos estén capacitados para preguntar “que desea el señor” en todas las lenguas germánicas.