A raíz de la crisis que nos asola han comenzado a proliferar iniciativas sociales, que intentan paliar los efectos de la misma, iniciativas que se suman a otras ya preexistentes como las institucionales, tipo Cruz Roja, religiosas, como Caritas o Hermanos Musulmanes, e incluso laicas, como los Bancos de Alimentos. Espero que se me entienda, yo aún no estoy en contra de esa forma de actuar, de hecho estuve presente y activo en alguna de las primeras iniciativas de lanzar los bancos de alimentos en España, pero empiezo a tener cada vez más claro que paliar los efectos impide a muchos ciudadanos enfrentar las causas, y por consiguiente sacar la consecuencia lógica: solo desde una posición de fuerza mayoritaria van a cambiar los rumbos de las soluciones.
Desde una cultura occidental, mayoritariamente cristiana, la caridad no fue más que el resultado del intento de la nobleza y la burguesía para aplacar las necesidades de los pobres en épocas de hambruna, de paso que expiaban sus faltas delante del clero. Por el contrario, cuando empezó a fraguarse la llamada justicia social, devino en el intento de cubrir a todos las necesidades mínimas, sin la mediación de nadie, en búsqueda del derecho fundamental de cualquier ser humano.
Y no se puede confundir la solidaridad, que nace del concepto de justicia y de igualdad entre las personas, con la caridad que surge de la lástima, de la compasión, por lo que al final es un acto interesado, para que el que tiene de sobra se sienta bien consigo mismo. La ecuación correcta es: justicia más solidaridad es igualdad, entendida como reparto equitativo de cargas y beneficios.
La perversión de las ONG será cada vez mayor, en la misma medida que el componente caridad vaya ganando peso en sus actuaciones, y así parece evolucionar, y además continúen fijando el foco de atención en los efectos de la crisis, apartándolo de sus causas y, sobre todo, de los causantes. Puede llegarse a un punto en que tenga que plantearme, si apoyo o me opongo a toda ONG, y me parece que ese punto está cercano.