Raúl Sohr Biss |
Un político argentino me señaló en privado: “Mirá, a los argentinos nos tocan la fibra nacionalista tres temas: la selección nacional de fútbol, las Malvinas e YPF (Yacimientos Petrolíferos Fiscales)”. La disputa por las islas australes es un asunto de soberanía nacional en que el territorio pertenece a Buenos Aires o Londres. En el caso de una empresa con una geometría de propiedad cambiante, la figura es muy distinta.
La estatización del grueso del paquete accionario de la empresa madrileña Repsol, el 16 de abril, ha abierto una disputa de proporciones mayores. La Presidenta Cristina Fernández justificó la medida acusando a la petrolera de “vaciamiento” y puntualizó que YPF-Repsol “entre 1999 y 2011 obtuvo utilidades por 16.450 millones de dólares. Los dividendos pagados en ese período fueron de 13.246 millones de dólares. Ahí están exactamente, en la distribución de dividendos y en la no inversión”. La Mandataria reforzó el punto con un gráfico que mostraba la abrupta caída de las reservas petroleras que dijo le hacían pensar en la trompa de un elefante, una poco velada alusión al desdichado safari de caza de paquidermos del monarca hispano.
Repsol tributa en España tan solo una cuarta parte de las ganancias que obtiene en el mundo. Como todas las grandes empresas, recurre a una amplía batería de triquiñuelas para evadir el pago de impuestos. Repsol está a la cabeza de las corporaciones ibéricas con el mayor número de sociedades radicadas en paraísos fiscales, nada menos que 45. Difícilmente una plataforma sobre la cual izar el pabellón del interés nacional.
La reacción del gobierno español es sorprendente, más allá de la comprensible irritación por la forma vejatoria en que fue ejecutada la expropiación. El asunto ha sido elevado a un asunto de Estado, llevado a la Unión Europea, a Estados Unidos e incluso ante gobiernos latinoamericanos. En la era de la globalización se suponía que las empresas transnacionales operaban con independencia de los Estados. Definitivamente actúan con toda prescindencia nacional a la hora de pagar impuestos. En el caso de Repsol, más de la mitad de las acciones no pertenecen a capitales españoles. En cuanto a la queja de Madrid en orden a que se afectan las inversiones de múltiples pequeños accionistas, apenas el 10,8 por ciento está en manos de inversionistas minoritarios.
En lo que toca a los impuestos, Repsol tributa en España tan solo una cuarta parte de las ganancias que obtiene en el mundo. Como todas las grandes empresas, recurre a una amplía batería de triquiñuelas para evadir el pago de impuestos. Repsol está a la cabeza de las corporaciones ibéricas con el mayor número de sociedades radicadas en paraísos fiscales, nada menos que 45. Difícilmente una plataforma sobre la cual izar el pabellón del interés nacional.
En cuanto a la situación energética argentina cabe recordar que fue el gobierno peronista de Carlos Menem el que convirtió YPF en una sociedad anónima en 1990. En 1999 ingresó Repsol con una inversión de 15.000 millones de dólares. Pero la empresa, al igual que sus competidores, tuvo pocos incentivos para realizar las exploraciones e incrementar la producción. Durante 2010, en Argentina las importaciones de gas natural licuado (GNL) se realizaron a diez dólares el millón de BTU, y gas por ducto desde Bolivia a 7 dólares el millón de BTU; mientras que al productor local se le pagó dos dólares por la misma cantidad de gas, por la que el consumidor residencial pagó menos de un dólar. La recuperación de lo que la Casa Rosada llama la “soberanía hidrocaburífera de la República Argentina” puede contribuir a resolver algunos problemas. El país ha encontrado nuevos yacimientos, como el de Vaca Muerta, y tiene enormes reservas gasíferas no convencionales. Pero por sobre todo debe desarrollar una estrategia para contar con una estrategia para contar con una matriz energética que sincere los costos y disminuya la dependencia de los combustibles fósiles.
*Raúl Sohr Biss es sociólogo chileno, periodista y analista internacional.