Noam Chomsky |
En una democracia la corrupción mayor, incluso superior a la que se escenifica en el hecho de que un elegido para administrar los bienes públicos actúe sin decoro, es insuflar el miedo al presente y el temor al futuro. Algo de efecto tan dramático y sibilino que corrompe esencialmente valores y convicciones, doblega comportamientos y conduce a situaciones propicias para aquellos con capacidad de atemorizar y manipular el miedo.
Un miedo que se está viviendo esencialmente en el plano de la estabilidad y la economía. Que hoy es un arma letal para la ciudadanía. Para sus derechos y sus conquistas. Un miedo que es un dúctil mecanismo en manos de esos siniestros agoreros que enmascarados de mercados, inversionistas, agencias de calificación, organismos financieros internacionales, los nebulosos señores del dinero escondidos emboscados en el velo del anonimato y la impunidad, usan su cohorte de lacayos lustrosos y encopetados. Los mismos que se van saqueando las arcas de sus entidades socapa de jubilaciones de oro, contratos blindados y demás sinvergonzonerías al uso.
Amedrentan gobiernos, naciones y formaciones políticas y sindicales utilizando una generación de dirigentes más acomodadizos al temor que a la gallardía o la coherencia. Al tiempo se orquesta una estruendosa cencerrada mediática de sayones que aplauden sus impudicias, y que entona con sinfonía de coros celestiales la regla de oro, la ley básica del capitalismo más salvaje, es tú o yo, no tú y yo.
Noam Chomsky, filosofo y activista norteamericano considerado por el New York Times como "el más importante de los pensadores contemporáneos" reflexiona en su libro “El miedo a la democracia”, como la oligarquía norteamericana lucha siempre por establecer una forma de democracia en la que no haya lugar para el pueblo de forma que los “patricios” puedan defender sus intereses sin obstáculos. Partiendo de ahí establece Chomski la indisimulable simpatía de ciertos presidentes y políticos de su país por regimenes como los de Mussolini, Hitler, Franco y sátrapas diversos en países árabes, centro y sudamericanos, o africanos. Y con que desenvoltura esgrimiendo la vitola de “defender la democracia” vierten al servicio de intereses espurios sangre norteamericana en diversos lugares en actos ajenos al mensaje.
El temor al presente y al futuro es algo que debe ser desterrado del imaginario colectivo, especialmente cuando se pretende de forma brutal enfrentar a la sociedad ante una bifurcación dramática, donde un camino lleva a aceptar como norma la desesperanza absoluta y la renuncia constante de derechos y el otro a la extinción definitiva de un modelo solidario y humanístico. En este proceso no es ajeno el riesgo que se corresponde con que las masas humanas mas peligrosas son aquellas en cuyas mentes se ha inoculado el miedo y con el se las acorrala.
Si recordamos a Platón, podríamos evocar, “A vosotros políticos os hemos formado en interés del Estado tanto como en el propio vuestro, para que seáis en nuestra República nuestros jefes y vuestros reyes. A renglón seguido recuerda “El legislador no debe proponerse la felicidad de cierto orden de ciudadanos con exclusión de los demás, sino la felicidad de todos. Y la felicidad común jamás se labra desde el dogal del temor y sin solidaridad.