Álvaro Carva |
La invitación que me hizo fue escribir regularmente un texto para este espacio que es Contraposición. Lo que hago con el mayor placer, para desde Portugal unirme a las inquietudes de tantos intelectuales españoles, con la esperanza de que mi participación exprese el resultado de mis experiencias en la sociedad, llevadas a cabo con esperanza y humildad.
Quiero aclarar que mis textos siempre serán breves, diseñándolos acordes a la medidas que impone la modernidad, convencido que los lectores complementarán lo que con la mejor voluntad iré esbozando.
Ahora hago un alto para recordar mis incursiones en la literatura, la filosofía e incluso en la cultura popular. Me retrotraen estas evocaciones hacia una narrativa divertida y provocadora. Me atreveré a sostenerla en las siguientes líneas.
Todos a lo largo del tiempo hemos procurado hallar una respuesta a una existencia de vida predestinada. Ello tras haber dado continuas e interminables vueltas al pensamiento y haber construido tras ello desiguales justificaciones. Todas ellas empedradas de asertos psicológicos y de afirmaciones que intentan avalar lo que queremos creer.
En todo el mundo occidental abundamos en numerosos estudios, sorprendentes y en algunos casos increíbles, en relación a los mensajes divinos. Fundamentamos y justificamos, en innumerables ocasiones, los desastres naturales. Los acontecimientos aleatorios se basan en la fe, en el acto de creer. Una forma de ver el mundo, una curiosidad impenetrable y que tiene en cuenta el comportamiento moral e inmoral. Entendiendo que si es moral y decente será digno y recompensado, o, si no, castigado y penado en esta vida.
Construimos una idea, un principio, una orientación que puede ser audaz: se argumenta que la fe nos hace creer en Dios, y en función de ello el hombre ha dado sus primeros pasos para reconsiderar el valor de una ventaja evolutiva. En consecuencia llega a la conclusión de que sólo el hombre puede hablar con Dios.
Sin embargo, ahora que muchas de las ilusiones psicológicas sobrepasan de largo la meta de la evolución del hombre, podemos ponernos aquí un reto: y si nos escapásemos, y si nos fugásemos de ellas?