- Antonio Fraguas |
Estimado ‘candidable’, en este país hay 5,8 millones de personas entre los 20 y los 35 años; 16 millones de personas, si ampliamos la horquilla de edad, entre los 15 y los 39 años, según datos del INE para 2011. Es decir, los mayores de esa horquilla tenían cuatro años cuando la Constitución y el actual sistema de partidos fueron aprobados en 1978. Woody Allen decía que a partir de cierta edad las dos palabras más bonitas que se pueden escuchar no son “te amo”; sino “es benigno”. En España quizá las dos palabras que más rechazo provocan entre los jóvenes sean “partido político”.
A más del 68% de los jóvenes entre 15 y 29 la política les interesa poco o nada y al 83% les causa alguno de los siguientes sentimientos: desconfianza (40,6%), aburrimiento (16%), indiferencia (15,5%) e irritación (11,2%). Son los datos más recientes del Instituto de la Juventud, de noviembre de 2011. Sin embargo, en una escala del 0 al 10, siendo el 0 la extrema izquierda y el 10 la extrema derecha, los jóvenes entre 15 y 29 años se sitúan de media en el 4,6, es decir, son mayoritariamente de ‘izquierdas’.
La política no es exclusiva (y afortunadamente) lo que hacen los partidos políticos, igual que la democracia no es exclusivamente votar cada cuatro años. En una época en que el mismo concepto de ‘representación política’ está en crisis, lo está mucho más el de representación política de los partidos (supuestamente) de izquierdas donde todavía hay algo más de autocrítica que en la derecha. No en vano uno de los principales eslóganes del 15-M era ‘no nos representan’.
El PSOE celebró hace poco una conferencia política con un teórico objetivo de fondo: recuperar la confianza de su electorado y legitimarse ante él. Difícil tarea tras ser el partido que más ha ejercido el poder y más desgaste ha sufrido en democracia. Entre la gente joven (y no tan joven) el PSOE ha perdido lo que los técnicos llaman ‘relevancia de marca’ y usted lo sabe, aunque se resista a creer que cada vez a más ciudadanos les daría igual que este PSOE desapareciera. No importa lo que digan ustedes en Ferraz, mientras lo sigan haciendo bajo esas siglas y desde esos atriles. Desespera verle a usted y a los otros posibles candidatos midiendo tiempos, contemporizando para no perder el apoyo del ‘aparato’. Dan la sensación de no confiar en su propio proyecto, un proyecto que debería tener el suficiente tirón como para pasar por encima de la maquinaria del partido, hacerle a usted ganar las primarias y arrastrar directamente a la gente. ¿Si no cree usted en sus propias fuerzas, cómo vamos a creerlo nosotros? Deje que ‘el aparato’ le llame loco, suicida, desagradecido, megalómano, idealista. Que le llamen ingenuo. A mí me lo llamarán por escribir esto. Al fin y al cabo ‘candidato’ viene de cándido: ‘sencillo, sin malicia ni doblez, simple, poco advertido’. Rodéese de personas que sean ejemplos de lucha a pie de calle y no a pie de despacho. Rechace la etiqueta de líder tal y como la conocemos, delegue, confíe, consensue.
Para ganarse la legitimidad de esa izquierda sociológica no bastan unas siglas, ni las del PSOE (ni, por cierto, las de IU). Ahí va mi humilde propuesta. Rompa la baraja, mee fuera de tiesto, muévase, no quiera salir en la foto. Póngale un lazo rojo a lo bueno de la herencia de anteriores compañeros y guárdela donde no coja polvo, bien alto en un armario. Que se vea y esté al alcance, pero poco, porque lo bueno que esa herencia haya traído ya no es percibido como suficiente para compensar todo lo malo que dejó. Sacúdase esas siglas (en el fondo por amor y respeto a lo que esas siglas significaron en su origen: socialismo, cambio, rebeldía, vanguardia), libérese del cálculo de nombres y listas, de ese equilibrio de pesos y medidas internas que tanta energía absorbe y que ya no sólo no interesa a los votantes, sino que les provoca rechazo.
El otro día escuché a un ex dirigente socialista, usted le conocerá, decir que los aspirantes mejor situados sólo iban a reproducir las luchas intestinas que ya habían vivido en Juventudes Socialistas. Más de lo mismo. Pura mímica, sólo mímica. Imitación de los mayores. Y mientras, en la calle, el clamor pidiendo un discurso alternativo, un relato alternativo de la realidad y de lo posible, queda desatendido. El problema quizá es que usted y el resto de ‘candidables’ y sus asesores ven al aparato del PSOE como algo con lo que hay que contar sí o sí. Como algo ‘inevitable’ que hay que ganarse. Le asusta la disciplinada y acrítica militancia del Partido Popular. Usted no debería necesitar de ese tipo de militancia. Pero se siente usted hipotecado por el aparato, por una estructura que se pretende como la única llave para contar con la militancia. Ésa es su debilidad. A lo peor sólo aspira usted a liderar el PSOE algo que, hoy por hoy, supone estar en las antípodas de liderar la izquierda sociológica en este país. Ningún ‘aparato’ de ningún partido de izquierda va a liderar el desalojo de la derecha del Gobierno. Será un movimiento de abajo hacia arriba, lo harán los ciudadanos y la gente de base, o no lo hará nadie. Y su partido, junto al resto de partidos de izquierda, debe estar al servicio de ese movimiento de abajo hacia arriba. No tutelarlo, no monopolizarlo, no secuestrarlo: sólo escucharlo, atenderlo y canalizarlo.
Muy pocos jóvenes de izquierda van a volver a confiar en unas siglas y en unos partidos de izquierda, pero eso parece no importar a la inmensa mayoría de dirigentes, satisfechos y confiados en que bastará ser la ‘opción mala’ frente a una ‘opción peor’. Permítame, futuro ‘candidable’, que le cuente que en una entrevista que tuve hace meses con Ricardo Ibarra, presidente del Consejo de la Juventud de España, me dijo algo muy elocuente: “Hay un hecho del que se habla poco. El porcentaje poblacional de los jóvenes es pequeño, por tanto cada vez nos toman menos en serio los partidos políticos. Los jóvenes somos un 20% del total de ciudadanos con derecho a voto. Lo normal en los países de nuestro entorno es que los jóvenes representen en torno al 30% de los votantes”.
Pero la población que ahora está entre los 15 y los 39 años va a ir caminando por la pirámide de edad y no va a dejar de ser la mayoritaria en España durante las próximas décadas. La mayoría de los nacidos con la Constitución y después de ella son el presente y el futuro inmediato, serán el grueso de los pensionistas dentro de 30 años, y reclaman cambios factibles y urgentes. Le enumero sólo algunos, aunque usted los conoce perfectamente: límite de mandatos, una nueva ley electoral, listas abiertas, transparencia en las administraciones y en las organizaciones, despolitización de los organismos judiciales, mayor recaudación fiscal entre las rentas más altas, medidas para cambiar el modelo productivo, inversión en Educación, Investigación y Desarrollo, desvinculación de las mayorías parlamentarias de la creación de comisiones de investigación para atajar la corrupción, estricta incompatibilidad entre la esfera pública y la privada (fin de la famosa ‘puerta giratoria’), menor temporalidad en la contratación y medidas para conciliar la vida laboral y familiar.
Llevamos 35 años cautivos por la certeza de que lo que trajo esta Constitución era algo muy frágil: un caso aislado en la historia de España que había que preservar como fuera. A ojos de la generación que hizo la Transición nunca es el momento oportuno para profundizar en más democracia. Pero el tiempo del miedo a reformar la Constitución ya ha terminado. Toca cambiar. La democracia de los años 70 era quizá mucha democracia con respecto a lo anterior; pero es muy poca con respecto a lo que demandamos ahora. El PSOE sigue sin embargo vendiéndose como un partido ‘de Estado’ en un Estado que ha perdido casi toda su legitimidad, porque también la está perdiendo una Constitución que votaron otros. Los de antes. Si el independentismo catalán arrastra a tanta gente es porque se trata de un proyecto inédito, que no ha fracasado. Todavía. Este Estado, esta España –como esta Europa– ya no es un proyecto inédito, y tratar de ‘reeditarlo’ cambiando simplemente elementos menores, haciendo ‘retoques’, no va a servir para volver a implicar a la ciudadanía. Queremos un proyecto nuevo. Y cualquier maniobra que posponga el atender esa demanda supone abonar, dar margen, aliento y argumentos a las opciones populistas, totalitarias y antidemocráticas.
Para empezar a desalojar a la derecha del Gobierno, una derecha cuya inmensa mayoría de votantes y militantes no ejerce la autocrítica, hay que empezar a sentar las bases de un nuevo país, porque este Estado, a fuerza de aplicar siempre la interpretación más timorata de la Constitución, ya es percibido como estructuralmente conservador y deficitario en democracia, gobierne quien gobierne. Disculpe que me ponga categórico, pero para salvar al PSOE hay que, de alguna manera, traicionar al PSOE. A este PSOE. Hay que ‘matar al padre’, por decirlo en términos freudianos. No vale hacer una transición dialogada con lo anterior. Es necesario hacer evidente la ruptura con esas estructuras obsoletas y no conformarse con presentar un proyecto sólo para ese partido, sino para todo el país y para la izquierda sociológica, para los jóvenes que cada vez encuentran menos o ninguna legitimidad en un sistema de partidos y en una Constitución que les es ajena, porque no la han elegido.
Mírese a sí mismo. Mire las caras de los que le rodean, también los que están fuera del partido. Cuente con ellos y empiece a creérselo usted mismo. Atrévase. Habrá agua en la piscina.
Un saludo cordial.